viernes, 21 de septiembre de 2012

Otra pica en Flandes



    Hace casi cinco siglos, en un imperio donde no se ponía el sol, España era pilastra del mundo moderno y Europa  se configuraba, iniciando camino que desemboca en el presente más actual.

El Emperador Carlos I de España y V de Alemania, ya cansado  y con la idea marchita  de un Imperio universal bajo la ‘’tutela’’ de los Habsburgo, se recogía a la vida espiritual en el Monasterio de Yuste. Lugar donde habría de acontecer todavía, un último suceso que daría mayor solidez a la monarquía hispánica de Felipe II. Llegaba a tierras de Castilla, un joven Jeromín sin conciencia verdadera de su identidad. Cuando apenas contaba dos lustros de vida, se estableció en la provincia de Valladolid, en Villagarcía de Campos, para educarse como Grande de España y asumir su papel en la Historia.  Un 6 de junio pero de un ya lejano 1554, el Emperador dictaba una última cédula testamentaria, en la que legaba a España un hijo ilegítimo, que llegaría a ser un valioso hombre de Estado y de armas.

Don Juan de Austria, hermanastro del rey Felipe II, demostró ser un preciado activo en lo que a política europea se refiere. Comandante de la Liga Santa, mantuvo a salvo la cristiandad del acoso Otomano en aquella batalla de Lepanto, donde la pérdida de millares vidas hoy queda eclipsadas por la mano izquierda del más ilustre manco, dramaturgo y literato de la historia.

Es Bruselas nuevamente, como en el siglo XVI, una de las plazas estratégicas para las políticas españolas. Un enclave a defender y donde hacerse escuchar. Salvando las distancias históricas  y circustanciales, Don Juan de Austria  y los tercios que comandaba parecían saberlo bien, pues lucharon de sol a sol y sin tregua, para que en aquellas tierras de espesa y húmeda niebla de Flandes, estuviera bien presente el reino de España.

Hoy, enmarcados en pleno siglo XXI, donde las palabras deben ser la única  arma de persuasión y en ocasiones, son más afiladas que el acero. Hemos de comprender que los intereses de España para la recuperación de esta crisis, pasan por la Unión Europea  y Bruselas ha de entender que es nuestro país, como argamasa y alarife del espíritu europeo y sus valores, una opinión  a tener muy presente.
Además hemos de demostrar como nación, al igual que ya lo hiciéramos en épocas pasadas, el espíritu de lucha, sacrificio y rectitud ante las situaciones de adversidad como la actual. Y que sean nuestros dirigentes, conscientes del compromiso y la austeridad necesaria que toda la sociedad lleva acabo, los que actúen con valor y virtud ante Europa.

Porque aunque es más pesada de lo normal y requiere mayor esfuerzo e ingenio, ‘’pondremos esta pica Flandes’’.

                                                                                                              Guillermo Garabito