domingo, 28 de junio de 2015

Disculpen la sordera


No tengo un buen oído. En realidad tengo una oreja bonita, poco más. Pero las tormentas del lunes y del martes las escuché perfectamente. El lunes, sin trozo ninguno de cielo añil, pensé que se venía el firmamento entero en el jardín. Al estruendo de un trueno mal afinado di por segura alguna desgracia pero no pasó mucho. O pasó todo, según se mire.

Pasó que por tan inclemente forma de llover se vino abajo el puente de Cabezón de Pisuerga. El puente entero no, únicamente el muro de contención no vayan a alarmarse. Al puente de Cabezón, como al patrimonio en general, le pasa y le pesa el tiempo y la lluvia e incluso la falta de presupuesto para mantenimiento y restauraciones. Agua que escurre por los siglos. Los ojos del puente miraban incrédulos.

Ya digo de mi mal oído. Ocurre que en verano, al calor del secano y la quietud rural, me entra una especie sordera de actualidad muy conveniente, porque tanto politiqueo y renovación a medias le deja a uno exhausto. Más que renovación creo que algunos partidos se propusieron reciclar lo de siempre en puestos alternativos; como un: “¿Dónde está Wally?”  ¿qué puesto ocupa ahora? En verano hay que ponerse lírico entre trigales que expiran y girasoles estofadosEn verano la actualidad es lo de menos, que para eso está el resto del año con sus agobios y presuras. Y el puente de Cabezón, entre tanto, aguanta el agua y la canícula con aplomo estoico.  

Borges decía que tenía un oído tan malo que cuando sonaba cualquier pieza musical se ponía en pie por miedo a que fuera el himno nacional. A mí, salvando las distancias, en verano, me pasa algo parecido con la actualidad, al menor rumor me pongo en pie no vaya a ser notica. 

Después, en el jardín, no ha ocurrido nada. 

Guillermo Garabito.

Publicado en ABC el 27 de junio de 2015

domingo, 14 de junio de 2015

Superministros


A estas alturas el curso universitario naufraga o se corona, porque no hay tiempo para más, mientras los exámenes se suceden. En política viene a ocurrir lo mismo. Los nuevos exigen a los viejos una suerte de examen rebuscado y con mucho de “postureo” mediático. Las mayorías no absolutas son lo que tienen: esa obligación puñetera y desafiante de tener que entenderse con otro y eso intentan estos días en el PP de CyL y en Ciudadanos.

Los exámenes están a la orden del día entre la población en general,  no sólo los políticos. Los exámenes son un dejare la vida –a base de tinta y de papel burocrático– que se escapa entre los dedos apretados. También están esos otros más desagradables de la gente de a pie, como examinar a mitad de mes la cuenta del banco y así.

Bien visto, de Ciudadanos –que es un altavoz de Albert Rivera puesto en cada comunidad–  al menos sabemos quién es Luis Fuentes, su cabeza en CyL. Y hasta le ponemos cara, que es una cosa que al candidato de UPyD, por ejemplo, yo nunca llegué a hacer.

En Génova se defienden ya con aquello de que “no se puede culpar a los demás del resultado” mientras no hablan para nadie y hablan para Herrera. Con razón y buen juicio no quería el PP por estas tierras sacar a Rajoy en la campaña. Basta que le espoleen un poco y se metan con uno de sus ministros –al que ya ni en Canarias quieren– para que el gallego llegue y lo nombre “superministro”, que es como un título de consuelo y de revista del corazón. Al ver la noticia pensé en Rajoy regalándole una capa y viento fresco a José Manuel Soria, pero ni por esas. La luz y el gas suben desconsolados. El carbón… negro. Las renovables son otra historia.

Y así, con todo y con menos, pasan los exámenes y la vida sigue.  

Guillermo Garabito. 

Publicado en ABC el 5 de junio de 2015


Todo pasa y ¿todo queda?


Tiene junio siempre un pálpito como de novedad y de sorpresa. Al sol nuevo junio es el reflejo del pensamiento de Heráclito: todo cambia y se renueva. Y mi ánimo se enciende.   

Valladolid es Valladolid, tiene la fisonomía de siempre, las mismas calles que tenía antes del 25 de mayo y las mismas gentes. Pero a gobierno nuevo todo es susceptible de modificarse y el Valladolid que hoy conocemos quizá comience a ser distinto.

León de la Riva, “alcaldísimo” de Valladolid durante 20 años, se dejó la profesión en el juzgado por desobediencia. No la carrera que esa ya se encargaba él de recordarnos cada poco tiempo que “de lo suyo”, hubiera ganado más. No sé yo.  Para ser político no todo es gestión, aunque eso sea lo primero. La simpatía está sobrevalorada deben pensar los que viven del negocio cuando llegan al cargo y se olvidan de que no basta con salir a la calle la semana antes de abrir las urnas. Nuestro alcalde era castellano hasta en Navidad.

Las urnas decidieron incluso antes que la juez –que en pleno asunto se fue de vacaciones–, pero a mí lo de los tripartitos nunca me inspiró demasiada confianza. Cataluña en el recuerdo.

El nuevo gobierno que se perfila ya ha avisado de que la Feria del Libro cambiará de ubicación, esperemos vuelva la música a los bares y así sucesivamente…. Pero toparon con los toros y a mí, que es un arte que me produce sentimientos encontrados –pero arte sin duda–, gracia no me hace. Y es que a la nueva corporación que se constituirá el próximo día trece le toca inventarse un Valladolid mejor, pero sin arramplar con todo lo anterior aunque estuviera bien hecho. Decía el eslogan del PSOE aquello de “Gobernar para la mayoría”. ¿Por qué no para todos? Es algo que nunca entendí.

En España hay esa manía, casi institucionalizada, de que a gobierno nuevo ley de educación nueva. Y quien dice ley de educación dice otra ristra legislativa a derogar sin valorar siquiera si estaba bien o mal.

Entre tanto, en Madrid, Tania Sánchez entró a la moda de este país, que es estar imputado. A Pablo Iglesias, que la cambió por una eurodiputada portuguesa y revolucionara según los mentideros europeos, se le van cayendo los referentes y los aliados por fascículos. Los disgustos le merman la coleta.


Al calor de esta semana busco tema de artículo fuera de la política, pero más allá sólo hay junio y hay vida. 

Guillermo Garabito. 

Publicado en El Día de Valladolid el 3 de junio de 2015

Tertulias y bares


Antes de la guerra el Pombo de Gómez de la Serna, después el Café Gijón. En el siglo XXI los bares de estar, beber e improvisar noches con arte y amigos. Siempre ha habido puntos que concentran todos los puntos; una suerte de eterno retorno. Quiso la casualidad que nuestra tertulia llevara el nombre de aquella niña de Roal Dahl que movía libros con la mente: Matilda.

Escribo hoy, amortajado mayo, de personas y de tertulias porque la política estos días lo engulle todo. Entre pronósticos de pactos, escrutinios y “tertuliajos”, andamos saturados y me fijo en que no se conversa; que es un arte. Se habla únicamente por Whats App. El Whats App lo ha matado todo, sin dramatismos, con sus grupos y su “¡brrrrr!” inagotable que se clava muy adentro. Todo es decir más que ninguno y nadie sabe escuchar ya. La gente tiene necesidad de hablar y se nota cuando unos se van uniendo a las conversaciones de los otros. “Digo… / lo que me dejan. / Pido la paz y la palabra”.

Montaban los poetas sus tertulias de tarde en tarde y Umbral se paseaba de una a otra, fuera la hora que fuese, con su vaso de leche. Novísimamente demodé, recuperamos el coñac y los versos de Ángel González. Decían que el 98 era un invento de Azorín y nosotros nos inventamos el Matilda –que ya estaba allí– y el local nos acogió para hablar de libros y de música y de chicas porque, al fin y al cabo, todo es literatura.

Tener una silla en el Matilda no es como tener un sillón en la Real Academia –que decían del Gijón–, es otra cosa. Como tener asiento en el salón de una casa bohemia al que escaparse cuando la ciudad se vuelve cemento y urbe. Es cierto que la botella vino por encargo, que el tiempo es relativo y que hay ratos de invierno más largos que muchas tardes de verano.

Guillermo Garabito.

Publicado en ABC el 29 de mayo de 2015