El
cielo, siempre el cielo en esta tierra, que se lleva las oraciones y las
suplicas cumplido el tiempo. Todos miramos al cielo. Hay un ramo de cofrades en
cada iglesia y en cada acera, un niño que mira al cielo porque no llueva. En
Semana Santa, el cielo mueve a la fe y las gentes rezan y lo observan como no
lo hacen el resto del año.
En
esta región, llegado el momento, las espigas sueñan con ser pan blanco –que es
el cuerpo de Cristo–. Las nueve provincias se hacen tan sólo una que mira al
cielo, y reza y calla porque aquí hay silencios de eternidad ocres que erizan
el alma. Silencios profundísimos de
respeto y fervor que brotan del gentío piadoso. Es el silencio particular e
inconfundible que florece cuando nievan los almendros. ¡Tal es este, que en Zamora
es juramento! En cada ciudad, y en cada pueblo, una alfombra tejida de devoción
en estas fechas. La Semana Santa en Castilla y León supone el gran teatro del
mundo, toda la majestuosidad del Barroco, el patetismo más atroz nacido de las
gubias contritas y fervorosas que dieron vida a la madera, cortada en buena
luna, para representar el drama de la Salvación, para mover al pueblo a la fe.
Domingo
de Ramos. Ávila, mística y pétrea, parece ser la celeste Jerusalén de veintiún siglos
atrás mientras “La Borriquilla” atraviesa la muralla con Jesús a cuestas entre
el gentío en alborozo. Avanzan los días, los hachones y antorchas alumbran la
procesión. Se escuchan salmodias en los adentros. En Zamora, el Bombardino tras
el Cristo del Amparo.
Contrastan,
de unos lares a otros, las peculiaridades procesionales que van con su
intrahistoria. Pero Castilla y León entera, ciudades y campos, como un paño
blanco de trigales que se crecen en auras de redención, se torna sudario con el
que enjugar el rostro quebrantado y roto del Señor camino del Calvario. Porque
esta tierra, tierra de campos, de pinares y de montañas, viste roja como un manojo
de amapolas nuevas teñidas por la sangre derramada.
Sigue
el cortejo y sigue el drama. Camina el Nazareno de Valladolid el Jueves Santo,
paso púrpura, en busca de un Cirineo que comparta el peso del madero. Y busca
también una Verónica valiente que le salga al paso liviana y blanca. Recorre Jesús
todas las calles de la Amargura, todo el tormento lleva bajó la transida mirada
de María que es llanto, que es dolor.
El
viernes, Viernes Santo atormentado, en la tarde de Medina de Rioseco ha sonado
el inenarrable llanto del Pardal. El
corro de Santa María se hace templo de multitudes que esperan la salida de los
Pasos Grandes. Las manos hechas horquillas… el corazón desbocado al aire de la
tarde cuando se escucha al Cadena
decir: “¡Arriba!” Y en ese momento exacto el paso se va al
cielo y el Cielo se va a Medina de Rioseco.
Al
pie de la cruz, sobre el Gólgota mismo que está en Torozos –en lo alto del
páramo áspero y seco como un sayal de penitente–, un Cristo de palo exhausto
susurra: “Que lejos Madre la cuna / y tus gozos de Belén”. “Todo se ha
consumado” en este día. Preciso instante, momento exacto, en el que a las
Dolorosas de Juan de Juni se les clava un puñal más de pena en el alma y la
madera de su ser se resquebraja de emoción y de agonía.
Engulle
el Viernes Santo con premura la tarde por no ver tanto dolor, por no ver tantos
agravios. Solas quedan las soledades y la Madre. El sábado viste un eco de
llantos y dolores, un leve pálpito de esperanza, un breve augurio de triunfo que
se otea en el horizonte. Se han apagado, una a una, las velas de mi tenebrario en
anuncio de la Pasión y Muerte de Jesús. Toda la Redención se ha consumado.
El
Domingo nace henchido de resoles de Resurrección. Desde el cielo resoles de
alegría. ¡El cielo, siempre el cielo en lontananza! Por esto, en este rincón
tan ínclito –en Castilla y León–, vendrán los siglos y lo que haya de venir
pero a buen seguro habrá Semana Santa cada primavera.
Guillermo Garabito
Prologo para la Guía de Semana Santa de ABC CyL. 28 de marzo de 2015