martes, 30 de diciembre de 2014

Perdices


Vacaciones de improviso y nosotros con todo por hacer, como los políticos. Rajoy ha decretado el fin de la crisis, porque sí “mire usted” —que el asunto se le hacía cansado— y la gente vuelve a pasear por las calles; plazas y tiendas hasta la bandera. Imagen entrañable en provincias que casi se nos había olvidado durante los largos años pasados en el agujero de la crisis. Aparentemente las cosas mejoran, no todo es psicológico, el ambiente invita aunque vaya lenta la cosa, más de lo que nos venden.

Esta región fría, como un castellano seco, vuelve a tener vida en las calles, que una vez pensaron suicidarse, “como pequeñas venas / los  comercios esperan para abrirse mañana” con gente que cargue bolsas en las manos. Y no es el consumismo por el consumismo, que poco valor o ninguno tiene en estas fechas, sino por reactivar una economía donde ya sólo parecía que se podía dar de comer a los patos.

En algo ha mejorado la situación económica, qué duda cabe. Pero a mi lo que en verdad me asusta es la actitud de muchos a los que esta crisis parece no haberles enseñado nada en absoluto. Escuchaba el otro día a varias señoras en una cafetería metidas de lleno en asuntos económicos, mientras le decía una a otra: “Pero a mí lo que me preocupa es si volverán a conceder crédito de una vez, que a este paso me jubilo sin ponerle un piso a mi hijo” Y así va la cosa, no nos hemos enterado de nada…


Volverán las vacas medias, porque las gordas fueron tan sólo un sueño. Se irán de vacaciones los políticos y dejarán de marearnos un poco la perdiz, -clementes dioses que diría el gallego-, pobre animalillo, porque llevamos un año de esos que cuando no es uno es otro el que está en el candelero con las manos sucias y la conciencia revuelta.

Guillermo Garabito.

Publicado en ABC. 19 de diciembre de 2014.

Navidad, que es lo nuestro

Le ha caído diciembre a esta ciudad como una puñalada helada y repentina, un carámbano que ya tocaba, pues el olor a castañas asadas no surte efecto en la nostalgia sin el frío. Esta Valladolid, que se reviste de hermosura con las bajas temperaturas, niebla y luces,  tirita los fríos y su Plaza Mayor se torna toda en hontanar de luminarias.

Pasaba en estos días por una atracción infantil montada en una plaza de la ciudad con motivo, imagino, de las fiestas navideñas y cansaba al personal Camela a todo volumen. Nadie les habrá explicado a los señores feriantes que, en estas fechas “tan señaladas”, quizá atrae más poner villancicos. Villancicos, ay, como aquellos que cantaban mis abuelos. Buena labor podía ser que alguna institución, desinteresadamente, en vez de nada y menos, obsequiase con algún álbum de villancicos de Joaquín Díaz, por ejemplo. Haríamos de las tardes vallisoletanas, entre el frío denso del invierno, una bella estampa castellana sin pastores ni corderos.

Papa Noel nos cae gordo cuando ya no nos trae nada y entonces, nos volvemos fervientes defensores del belén y las tradiciones propias, aunque en el fondo siempre fuimos más de los Reyes Magos. En mi casa, que somos de último momento hasta para la Navidad, no hay belén montado y escribo esto, a ver si a mis hermanos y mis padres les da por planteárselo, ya de urgencia. No habrá leído mi padre el artículo aún y ya sospecho su respuesta: “¡Pues también lo puedes montar tú!”. Y no entienden que uno, generoso y reflexivo, no quería quitarles la ilusión a los pequeños de jugar con las figuritas y decorar a su antojo el portal y sus aledaños…

Navidad a las puertas en este Adviento que se extingue, Navidad que palpita y sufre porque también en estas fechas hay pesares y necesidad agravadas por la crisis y a veces se nos escapa entre la bruma festiva de estos días. El Pisuerga ya no hiela, ahora arrastra en su corriente las nieblas de diciembre, oscuros cristales de invierno.


Se despide el que escribe hasta los umbrales del año próximo, pero no sin antes desearles pasen una feliz Navidad. No unas felices fiestas, no, una feliz Navidad, que es lo nuestro. 

Guillermo Garabito. 

Publicado en El Día de Valladolid, 17 de diciembre de 2014

jueves, 25 de diciembre de 2014

Muerto, bien muerto

Siempre he tenido la sensación de que los grandes premios se ganan gracias a grandes muertos, por lo menos a lo que los periodísticos se refieren. Y si no son grandes los muertos, cuanto menos, carismáticos.

Muchas mañanas, cuando escribir es maltratar más de la cuenta la inspiración burlona,  callada, me entran ganas de hacer de mi columna un anuncio por palabras y ya de paso escribo una en busca de otra: “Se busca muerto de urgencia, a ser posible con honores y prestigio. Abstenerse simplones. Gracias”. Mi paisano José Zorrilla a la cabeza,  sin otro galardón que la fama, que por otro lado es la simplificación del resto, apostrofó el cadáver de Larra a los pies mismos de la tumba siendo todavía imberbe. Después, González Ruano haría de las lágrimas un arte y del papel prensa un panteón de efímera eternidad. Campmany lo enterró a él en los periódicos como se despide a los míticos, por la puerta grande y le valió el Cavia de aquel año 1966. En esta misma casa, a Umbral que era el maestro de todos, lo despidió Ignacio Camacho con un artículo, que se merecía el premio que ganó, y dos.

Yo busco nostálgico y nervioso por si no llega. Y si al final uno tiene la suerte de encontrarlo, un muerto bien muerto, contentos los dos, uno hecho eternidad y el otro con su artículo. Pensando en muertos me vino a la mente José Bergamín, “que murió siendo un poco comunista”. Y es que hay que morir siendo un poco de algo, que morir siendo mucho, para toda la eternidad puede acabar cansando.

Busco mi muerto particular para ganar no sé aún qué premio. Y no le busquen actualidad al tema, que los muertos siempre lo están. Tampoco le busquen tres pies a la columna, que a veces hay que separarse un poco de la actualidad para ser más objetivos con lo que nos rodea.

Guillermo Garabito

Publicado en ABC. 13 de diciembre de 2014

Miguel Ángel Soria para Navidad

Del Valladolid de los Enríquez o del Cipriano Salcedo de Delibes nos quedan nada más que diez o doce edificaciones muy bien conservadas y un luto íntimo por las que ya no están. El resto se vieron sometidas al progreso de piqueta y modernización mal entendida. Y le pesa a esta ciudad la memoria como una letanía amarga del pasado que no supo conservar… que le quitaron. Las callejas y plazuelas, sentido personalísimo y provinciano, ahora son calles cosmopolitas, de capital. A pocas les queda ya esa austeridad conventual y mística de la calle Santo Domingo de Guzmán, con tapial que soporta penitentemente el tiempo o aquellas otras con empaque de linajudos palacios.

Por suerte, tenemos hombres inquietos e incansables que día a día se empeñan en rescatar los flecos de la Historia que se perdieron y el gran pintor e ilustrador Miguel Ángel Soria es uno de ellos. Miguel Ángel, que se mete en faena cuando se le habla de toros porque de familia le viene el arrojo por el arte taurino, Goyito Soria en el recuerdo, ha presentado la pasada semana en el Museo del Toro el libro titulado “Quiero ser torero”. Y este viernes, de Adviento y luces, en el salón de recepciones de la Casa Consistorial, se presentará su nuevo trabajo “Valladolid. Lugares en la memoria”, una pequeña joya dentro del catálogo editorial del Ayuntamiento, que con acierto publica este volumen donde se cobija la ciudad de nuestros mayores. Un Valladolid entre el Pisuerga y la Esgueva del que siempre escuchamos hablar y pocos llegamos a ver.

Estampas, como aquella Antigua sin arbotantes que siglos atrás acogió las exequias fúnebres de Colón, la de espadaña que rasga el cielo como espiga petrificada de este valle helado, se resguardan en el libro.

A Miguel Ángel Soria, le corre por dentro la necesidad de dibujar lo profundo y maternal de esta Castilla ancha, áspera y longeva. Y para este nuevo trabajo sobre nuestra ciudad, cuenta con un plantel incomparable de colaboradores encargados de los textos; Teófanes Egido, María Antonia Fernández del Hoyo o el profesor Javier Burrieza entre otros.

Hemos compartido proyectos juntos y puedo certificar que Miguel Ángel es un pintor incansable que bucea en los archivos con el pincel y la plumilla entre los dientes. Su dedicatoria en este último volumen dice mucho: “… para que sigamos disfrutando de este Valladolid tan nuestro”


Cuando se acercan las fechas navideñas y se piensa en regalos, libros como éste, son un acierto. 

Guillermo Garabito

Publicado en El Día de Valladolid. 3 de diciembre de 2014

sábado, 6 de diciembre de 2014

Fue Nicolás


José Agustín Goytisolo le dio un caramelo por no haberle escrito un poema como a Julia, sí, a él antes de morir.  Él es el Marianito que pintó Goya; en él inspiró las manos chatas, el rostro todo, pero antojos del tiempo, ay,  hubo que ponerle otro nombre. Fue el niño intemporal de Umbral y sus helechos de meretrices de calleja y cortesanas palaciegas, un emigrante de postín que despidió Valderrama hecho canción. El don Latino de algún ciego por conveniencia.

¡Hay que ver la teatralidad del asunto! Un aventajado principiante “de vodevil en el papel de víctima y villano”, en este circo que es subir audiencias a cualquier precio, a toda costa. Pero el asunto del pequeño Nicolás, por ser radiografía de esta España trepa y caradura –no sólo el–, nos vuelve a conectar a la realidad. Creo que llegados a este punto se conocerá todo, habrá transparencia, pensó alguien… Sabremos que estuvo implicado en la dimisión en pleno de la cúpula del PSOE en Burgos o que desde que no está en circulación, con sus asuntos de Estado, el paro ha vuelto a subir en la región, tal vez por no encontrar un descampado propicio donde instalarnos un Eurovegas pinariego. Si no fue así, pues habrá distraído un rato la atención, pan y circo una vez más.

Tañeron a muerto las campanas en un pueblo olvidado, cerca de Almendralejo, mientras caminaba al presidio acompañando al “desgraciao” de Pascualillo. Dicen que sabía quién era el “elefante blanco” de la jungla capital de aquel febrero incierto, gris que se marchó sin avisar, la lió antes de tiempo. Le pone Iglesias una vela cada noche, junto a Chávez, para que todo siga igual. Nicolás condujo el Jaguar más famoso, entre confeti, encargado de comprar champagne para la fiesta.


Todo esto ha sido, a todos ellos ha conocido. Fue Nicolás el CNI. 

Guillermo Garabito

Publicado en ABC 5 de diciembre de 2014