La
vendimia es un trabajo del que protestarían hasta los galeotes. Y a mí, que me gusta el buen vino, después de
estos días confesaré que he aprendido a valorar hasta el Don Simón.
Castilla
es por estas fechas un mar verde de majuelos y vides viejas que sueñan, pesadas,
con ser buen vino. Dicen los bodegueros que viene la uva con menos kilos, pero
con mejor calidad. Y uno piensa “Cómo no va a ser buena, la estoy recogiendo yo
toda...”
Los
vendimiadores son cuadros de Vela Zanetti a contraluz.
Perdonen
que les hable de uvas, pero cuando miro los párrafos de este artículo me
acongojo porque solamente veo hileras de letras que vendimiar. Hay que ser
polifacético en este mercado laboral de trabajos-lentejas y a mí, que nunca me
había interesado el vino más allá de en una copa o en una bota dependiendo de
la ocasión, este septiembre me ha dado por ir a la vendimia. A trabajar, claro
está. Y llevo unos días donde sólo puedo ver hileras en lontananza sin
principio ni final.
La
cepa es toda ostentación peripuesta de perlas moras, que se engarzan a los
sarmientos sin otro fin que darle la mañana al jornalero.
Me
lo habían avisado: “Junto con las patatas la vendimia es de los trabajos duros
del campo”. Un amigo que un año recogió la remolacha acabó con el síndrome del
“lomo doblado”. Me contó un hermano suyo que por las noches, días después de
acabada la faena, se levantaba sonámbulo y salía al jardín y allí, sobre la
nada, doblaba el espinazo para recoger remolachas imaginarias. Los hermanos,
reunidos, se reían mientras le dejaban hacer a su aire. Por la mañana, mi amigo
se quejaba de que la espalda le dolía todavía más que el día anterior. Sabiéndolo
me ataré a la cama.
Los
vendimiadores estos días, con el covanillo al hombro, somos cuadros de Vela Zanetti
a contraluz.
Guillermo Garabito.
Publicado en ABC CyL el 25 de septiembre de 2015.