lunes, 28 de marzo de 2016

Réquiem por nosotros

No hay actualidad que valga. Castilla y León lleva su actualidad a pulso estos días escoltada entre varales y dos filas de capuchones a los lados. Todo se paraliza y se estremece cuando una corneta reza sin previo aviso el Mater Mea a la salida de una cofradía con su paso. Los políticos sólo se ponen de acuerdo en irse de vacaciones.

No hay actualidad de la que sacar una columna. Nos volvieron a poner una bomba y dos y hasta tres en el corazón de Europa que esta vez latía en Bruselas. Y el silencio por el luto viene a unirse al silencio respetuoso que guarda el caminar de los cofrades en Semana Santa en esta tierra. “El Pardal es el grito destemplado / que anuncia el luto cada primavera”. Y nos llegó la primavera y el duelo desde Bélgica. El martes, recién inaugurada, callaron los violines. Nos vimos obligados a improvisar un manojo de flores que acababan de abrirse en la paramera para ponerlas entre un aeropuerto, una estación de metro y más de treinta tumbas lejanas. Sonó el eco de un Pardal evanescente en señal de condolencia desde lo profundo de Castilla por cada uno de los muertos allá arriba del continente.

Se nos van acumulando minutos de silencio que van camino de hacerse horas y no tomamos ninguna solución contra el problema. Todo son decisiones inconcretas y pactos en papel y ofensivas a destiempo. Flores y velas y minutos de silencio. Y las flores son necesarias para enjugar la sangre que dejan tras de sí los bárbaros y los minutos de silencio para recordar a nuestros muertos y para pensar con la cabeza fría como acabar con el terror de Daesh. Pero tan sólo son trámites bonitos y sentimentales, ni de lejos soluciones.

 “Estamos en guerra” dijo Hollande en noviembre. Qué rápido le declaramos guerras al terror que luego se nos olvidan. 

Guillermo Garabito. 

Publicado en ABC CyL en marzo de 2016.


Cándido ya liberado

Esta temporada vienen las jubilaciones tardías, como todo. Y nos deja la actualidad la de Cándido Méndez, sindicalista mítico e intocable, que no es jubilación sino la liberación total y prometida.   
Toxo y Méndez eran ya una pareja de humoristas en horas bajas. Por eso no les quedó otro remedio que separarse. En realidad nunca tuvieron gracia, ni siquiera salero en el discurso. Fueron dos “curritos” metidos a estrellas del rock, acostumbrados a cenar en restaurantes caros y a tener un séquito de groupis compuesto de liberados sindicales cuando se echaban a la calle. Pero tampoco gustaban de echarse mucho a la calle por si refrescaba durante la manifestación. Era habitual verles compartir cartel y relojería.

Ya ningún teatro acogía sus giras, ni los espectadores respondían como antaño a su llamada. El sindicalismo para ellos fue una lucha sin tregua por sus derechos. Los de ellos dos, digo, nada más.
La imagen de Toxo y Méndez es una escena en el imaginario popular de mi infancia. Uno alto y uno bajo, uno barbado y papón y el otro más como Astérix. Su último gran espectáculo juntos fue durante el primer intento de investidura de Pedro Sánchez. Allí en la tribuna de invitados sin despegarse cada uno de su móvil. Probablemente se enviaban mensajes de amor como esos que se mandan cuando se está a punto de finiquitar una relación de tantos años: Ya sabes, le decía Toxo, que te voy a echar de menos. Pero llegados a este punto creo que es lo mejor para los dos.  Y así se disolvió el dúo, sin más. Y ocurrirá dentro de unos años, si les aparecen deudas con la Hacienda Pública, como a Ana Torroja y así sucesivamente, que anunciarán una última vuelta a los escenarios.

Ha llegado para sustituirle un tal José María Álvarez, asturiano por demás, que escribe el nombre en catalán –con p– para no pasar por charnego como le ocurre a Rufián  –el muchacho que va a chivarse al Congreso y a rumiar sus penas en directo para toda España–. 


Treinta y cinco años viviendo del sindicato y afirmó Méndez: “Me ha podido sobrar algún año”. O cinco minutos y dos huelgas de postureo.  

Guillermo Garabito. 

Publicado en El Día de Valladolid marzo de 2016

Estar enfermo

Escribí hace no mucho que estar acatarrado es un arte. Pero lo que en verdad tiene mucho de arte es aguantar a un enfermo. Arte y  caridad cristiana, pero eso ya es otra historia y a las enfermeras la caridad les va en el sueldo.

Ya digo que el arte está en cuidar de un enfermo, no en estarlo. Nunca me gustaron los hospitales. No sé qué tienen que le agrían a uno el carácter aunque no quiera. Yo he sido pocas veces paciente de cama y bata con el culo al aire. Pero recuerdo una vez operado de un par de huesos rotos volver al hospital meses después para quitarme metales de encima con los huesos ya soldados. Cuando me fueron a sacar las agujas con las que habían enhebrado los trozos, valiente el médico me dijo que aquello sin anestesia ni nada; que era “poca cosa”.  Y aún recuerdo el dolor estridente cuando empezó a extraer de la carne una aguja tan larga como el antebrazo y repetía sin parar: “¿Ves como no duele?” Y a mí ante aquella situación no me quedó más remedio que cagarme en sus muertos y a mi padre anestesiarme de un tortazo repentino que, según me confesó después, me cayó por malhablado.

Estos días doy paseos al hospital y vuelvo porque está mi abuela allí ingresada. Y peleona. Mi abuela, que es un roble –aunque un roble ya delicadísimo por la edad–. No tiene nada mucho más preocupante que la edad, que de por sí ya es grave y por desgracia crónico.

Es curioso cómo se pasan y pesan los años. Por las tardes cuando llego, la pobre mujer, me pregunta si seguimos sin gobierno. Y al médico le acaba de decir que tiene 103 años... Aunque es probable que tenga razón y se la terminen pasando veinte años en lo que en Madrid consiguen ponerse de acuerdo para formar un gobierno sin anestesia local.

Guillermo Garabito. 

Publicado en ABC CyL el 18 de marzo de 2016.

lunes, 14 de marzo de 2016

Al pan, pan

Están de moda las panaderías con mesas, café y el té a las cinco y abren cuatro en la misma calle. “Iba yo a comprar el pan…” y ya hasta Umbral dejaría de ir a comprarlo para no tener que andar pensando en cuál entrar sin hacer el feo al panadero de al lado. Es la burbuja de moda, como el independentismo en Cataluña al que se suma hasta el charnego Rufián porque le va en el sueldo. Más o menos como las inmobiliarias en su momento, sólo que el pan se come y el ladrillo… con patatas. Las burbujas son algo cultural en nuestra sociedad. Un modo de vida. Y si no acuérdense del duque de Lerma cuando el rey Felipe III.  

El Senado es la burbuja mayor. Y el Congreso de los Diputados –que ahora quieren que sea también de las “diputadas” en un ataque de “pariditis”– tiene algo de burbuja venida a más; sobredimensionada. Me di cuenta el otro día mientras seguía el eterno amago de  investidura. No es normal que se tarde más en votar que en leer los discursos de turno. Aunque por otro lado ese “sí” o “no” es todo lo que justifica el sueldo de muchos diputados a los que no se les vuelve a escuchar en toda la legislatura.

En los parlamentos autonómicos viene a ocurrir algo parecido, y en Castilla y León presenta el PP la propuesta de reducir el número de procuradores. Pero uno se pregunta qué harán con las butacas que queden vacías. Siempre hacen feo en una foto y no estamos para construir un hemiciclo nuevo con esto de la crisis.


La nueva burbuja son los nuevos partidos, disculpen la redundancia. No venían a por cargos –o eso vendieron al personal– pero bien que pidió Iglesias la vicepresidencia de no sé qué gobierno progresista y unos y otros colocaron a los suyos en las diputaciones como asesores mientras intentan echarlas el cierre. Porque tengan algo, que está la vida difícil. 

Guillermo Garabito. 

Publicado en ABC CyL el viernes 11 de marzo de 2016.

Plaza Mayor

La Plaza Mayor es un salón de pasos perdidos. El epicentro de todo y de nada. Por donde la vida fluye, y más fluye con el sol, pero no llega a detenerse. Conforme florece la primavera, en la Plaza Mayor uno espera a una chica y a que las tardes se alarguen y la temperatura invite a terraza.

El otro día cruzaba la plaza cuando me salió al paso una periodista con la alcachofa en ristre, unida por cable al cámara, y me preguntó si el torneo de pádel –en discusión estos últimos meses– debía celebrarse en la Plaza Mayor nuevamente o habría que buscarle otra ubicación. Yo, dando el perfil bueno a cámara –porque el sol me atizaba de frente– contesté que si aquello era rentable para la ciudad debía de mantenerse allí. Aunque confieso que por un momento me sentí tentado de no dar mi opinión, porque para eso tengo mi columna y aquello no lo pagaban –ni bien ni mal–. Me planteé responder como responde Rajoy a todo: “¿Y la europea?” Y la cara de la periodista habría sido un poema y el reportaje una risas.

Todo es cuestión de dinero. Aun así decían los de Toma la Palabra que el mamotreto invade el lugar, que mejor desplazarlo… Como si no fuera a  invadir el nuevo espacio también. Pero a Oscar Puente le cuadraban las cuentas, aquello era demasiado rentable para la ciudad como estaba y allí ha dicho que se quedará.

Siempre es cuestión de dinero. Y como es “poderoso caballero” la empresa taurina encargada de gestionar la plaza de toros anunció que este año no habrá cartel en San Pedro Regalado porque sin la subvención del Ayuntamiento el evento no es viable. Ahí, sin subvención, es donde la empresa debería haber tenido el arrojo de arrimarse al toro y haber buscado los cuartos en otro lado. Pero no. Quizá haya que devolver los toros a la Plaza Mayor para que el evento salga a cuenta. Como allá en el siglo XVII cuando se alanceaban y se toreaban allí los morlacos.


En la Plaza Mayor ocurre todo. El sol, la vida. En la Plaza Mayor, marzo. 

Guillermo Garabito. 

Publicado en El Día de Valladolid el miércoles 2 de febrero de 2016.

jueves, 3 de marzo de 2016

Diputear

Firmaron PSOE y Ciudadanos un acuerdo que nadie se explica y que menos entienden. Una especie de propuesta de matrimonio sin que les cuadren siquiera las cuentas y los invitados para la boda. Y en el acuerdo, que más parecía escena de los Hermanos Marx, en una de las partes contratantes de no sé bien ya que parte –porque el documento carecía de interés real por no tener como resultado previsible un gobierno– se planteaba la supresión de las diputaciones.

Dichosas instituciones en debate continuo. Las dos Españas de Machado: Unos los que las entienden y otros… los que no.

Yo, que no peino canas, dudo si el mismo debate no vendrá de atrás. Quizá hace doscientos años, a su creación, ya andaban con las mismas discusiones. Y en Castilla y León tendremos algo que decir con pequeños pueblos por doquier, bajo un cielo infinito, sobre si son efectivas o no. Las diputaciones me producen sentimientos encontrados. Por urbanita. Pero cuando llego a La Mudarra me empiezan a despertar el interés y las encuentro la utilidad y hasta me caerían mejor si llamasen al orden a alguno de los alcaldes díscolos que parecen querer enterrar el pueblo más que gobernarlo.
Pero la eficacia no es el problema. Son eficaces a medias, que es una virtud muy española. Como la mayoría de las instituciones públicas en realidad.


Decía Jesús Julio Carnero –en entrevista para este periódico– que tiene un criterio interesante sobre las diputaciones y su defensa, entre otras cosas por ser presidente de la de la de Valladolid y el pan hay que ganárselo de alguna manera, que “si acaban con las diputaciones, acaban con los pueblos”. Ese argumento ya lo veo más prendido con alfileres. Sería un desatino que vengan a suprimirlas por un antojo y sin conocimiento, sí. Pero con ellas o sin ellas los pueblos, con sus tapiales en ruinas y sus espadañas quejumbrosas, se llevan muriendo casi un siglo sin morirse. Los pueblos desfallecen y resucitan en primavera. Diputaciones aparte. 

Guillermo Garabito. 

Publicado en ABC el 26 de febrero de 2016.

Rita, la tornera

Declaraba ayer Rita Maestre por los juzgados de Madrid con el rostro compungido y un alzheimer preocupante para su edad. Que si “yo me coloqué atrás” cuando asaltamos la capilla, que si yo estaba en el centro del meollo. “Entre los pucheros anda Dios” escribió Santa Teresa, pero Rita Maestre no entendió a la santa y llegó al juicio con gesto de arrancarse a llorar en cualquier momento.
“Fueron cinco minutos hace cinco años”, se excusó. “No tenía eso en la cabeza cuando me levanté aquella mañana”. Y menos mal.

Conforme avanzaba el juicio se iba viendo en su declaración –acabó la perdiz con nauseas– el carácter voluble de la concejala. Aquel día la dio por profanar una capilla, hoy por la política y quizá mañana, con la venia del juez, la dé por meterse a monja de clausura por el arrepentimiento de sus actos. Y es que la chica, con  sentimiento de culpa, tal vez tenga la tentación de tomar los hábitos para reconciliarse con Dios y consigo misma. Visto el mundanal ruido, la suciedad y el ajetreo de Madrid querrá venirse la concejala de Carmena a provincias a rezar para no ser “casta”. A ver si entre llanuras y labores escucha con claridad la voz de su conciencia y la de Dios mismo.

Mañana se levantará con vocación de tornera conventual y pedirá sustituir la plaza vacante en el Monasterio de Santa Clara de Palencia, el de Zorrilla, que dejara Margarita la tornera cuando se fue a vivir sus amores con Don Juan.


Ayer se arremolinó el personal a la puerta del juzgado para ver si Maestre se sacaba un pezón en acto de rebeldía contra el juez, o algo, pero se despertó mansa la concejala. Ha entendido que hay que conservar el sueldo, que no está España para andar perdiendo trabajos tan lucrativos y privilegios. Que hay que preservar el puesto, incluso el de su padre al que metió en el Ayuntamiento a su llegada.

Guillermo Garabito. 

Publicado en ABC el viernes  19 de febrero de 2016.

El arte de estar acatarrado

Este invierno tardío… Me gusta escribir los días claros, con la temperatura suave y los pies templados. Con los pies fríos no se escribe bien. Y los lirismos son menos lirismos; como estalactitas que no acaban de escurrir. Me despierto con cuatro copos cayendo que no terminan de cuajar. En Valladolid siempre se espera una nevada que no llega. Lo que si viene es el río sonando, tapándole los ojos al puente de Simancas para no ver el frío de estos días. Pero qué clase de invento es este. ¡Creo que me he acatarrado! También tardíamente, claro está. 

Estar acatarrado es un arte con el que se convive por estas latitudes durante tres o cuatro meses al año. Incluso un arte llevado a los teatros y auditorios donde lo único que se escucha durante las representaciones son los estornudos y las toses en el patio de butacas. El resfriado, un principio de anginas o en general cualquier principio de todo, lo atajaba yo tomándome antes de irme a la cama un vaso de leche caliente con un chorro de coñac. Ni generoso ni escaso. Pero ahora me he quedado sin coñac y se ha venido el resfriado y el dolor de garganta de golpe. El remedio me lo dio un amigo y lo empecé a usar porque me aseguró que funcionaba. Él, a su vez, lo había heredado de su abuelo. Lo que dicen los abuelos siempre tiene algo de verdad y de sabiduría ancestral. Sería esta la manera licenciosa de alterar la antigua receta que recomendaba tan sólo una cucharada de miel.

Yo, como Schopenhauer y sus obras “El arte de insultar” o “El arte de tener razón”, algún día escribiré un tratado castellano, una obra en defensa de lo nuestro que es el frío por estas fechas, bajo el título El arte de estar acatarrado.


El mismo amigo me contó más tarde que se comía los trozos de las cuñas de queso en los que asomaba el moho en vez de tirarlos, que era su manera de prevenir catarros. Por eso de la penicilina proveniente de un hongo o no sé qué razón me dio. Pero ya aquí no le hice caso.  Y cuento que esto último yo no lo he probado no para que no piense usted mal de mis gustos culinarios, querido lector, sino para que mi madre se quede tranquila. Tantos años repitiéndome la frase: “¿Y si tus amigos se tiran por un puente tú también te tiras? Que vea al menos que algo de sensatez cuajó al fin. 

Por Guillermo Garabito. 

Publicado en El Día de Valladolid el 17 de febrero de 2016.