jueves, 29 de octubre de 2015

De La Pilarica al cielo

El arte contemporáneo debería reducirse al ámbito de los museos y las colecciones particulares. De la experimentación salen obras bellísimas y auténticos esperpentos que colocados en el lugar propicio y en el momento adecuado llegan a costar unos cuantos miles de euros –millón arriba, millón abajo–. Que la arquitectura es un arte no es discutible, pero que los arquitectos e ingenieros jueguen a romperse la imaginación cuando de sus obras depende la seguridad del personal lo veo hasta vanidoso.

Si a mí me dicen que lo que estaban haciendo sobre las vías, junto a la Iglesia de Nuestra Señora del Pilar, es un paso elevado lo hubiese negado con total rotundidad. No me hubiera jugado las manos porque con algo hay que escribir, pero un pie... ¡Quién sabe! Mas parecía aquello como que los operarios, a medida que levantaban el paso y viéndolo con perspectiva, envalentonados, hubiesen querido edificar al relente del tren una nueva Torre de Babel.

El final fue veterotestamentario. Allí no se entendió nadie: ni los de Adif que parece querían un mirador que comunicase con la Estación Espacial Internacional, ni los vecinos del barrio que apenas buscaban un lugar por donde cruzar a la ciudad. La comunicación entre las administraciones, a fin de cuentas,  viene a ser el resumen nuestro de cada día de aquel pasaje bíblico. Donde cada una habla un idioma y los funcionarios, aburridos de intentar entenderse, terminan yéndose a su casa a echar la siesta. Y ahí queda sepultado el asunto entre trámites sin resolver.

De haber proseguido el proyecto los vecinos del barrio saldrían de casa por la mañana como que fuesen a la guerra; despidiéndose de la mujer dos o tres veces. “Qué me voy a Valladolid si el viento me deja. ¡Sí! ¡Llevo el balancín para mantener el equilibrio, tranquila!”

La estampa la describió premonitoriamente el humanista francés Saumaise cuando escribió aquello de: “He visto suspenso en el camino del aire un hombre que tenía la planta del pie más ancha que la senda por donde iba”. Con buen criterio el alcalde precintó la faraónica chapuza; como si de un crimen se tratase. Quizá decidan dejarlo ahí o levanten el mamotreto para trasladarlo al Patio Herreriano como nueva atracción para los visitantes.

De La Pilarica al cielo, ay, es lo que debieron de pensar los vecinos.

Guillermo Garabito. 


Publicado en El Día de Valladolid el 28 de octubre de 2015



Paso elevado. La Pilarica. Valladolid.

sábado, 24 de octubre de 2015

Castilla al sur

Triana. G.G.
Por Sevilla me voy encontrando las raíces de algunos objetos de mi casa en La Mudarra. Cosas menores y apátridas hasta ahora, objetos que como no "sesean" uno no sabía de dónde eran. "De Melilla a Santander todo es Castilla" dice mi amigo Jesús. Y yo me escapo sin aviso, en una huida hacia adelante, de la rutina y del frío. En la Plaza de España del arquitecto Aníbal González, en los bancos provinciales, con sus mapas, aparece La Mudarra. 

En mangas de camisa y custodiado por la Giralda –que es la hermana conocida de nuestra torre de Santa María de Mediavilla– se me confunde el otoño con la primavera, y hasta los puntos cardinales. Me aparto de la política, que no llegan sus ecos hasta este rincón de Santa Cruz desde donde ahora escribo. ¡Qué sabe Sevilla de nuestros jaleos eólicos –poco limpios– y del carbón negrísimo del magdaleniense pasado!

Aquí hay que probar el vino de naranja que sirven en la taberna de Perejil. Un sitio en miniatura con olor a naranjos amargos. El hombre de mi lado me dice: " A mi lo que diga Zuzana me importa tre cohone illo..." Así que reculo y no pregunto qué opinión le merece Juan Vicente. 

Y entiendo que Castilla es Andalucía sin rosas floridas en invierno, según Rubén Darío. Que aquí a la gente, como allí, le dan lo mismo estos políticos que aquellos, con tal de vivir y de beber tranquilos. Se siente uno paseando entre las callejas encaladas, con los portalones abiertos, como Machado; Antonio. "Mi infancia son recuerdos de un patio / de Sevilla..."  y me pregunto si será este el patio o aquel otro que le sigue. 

En una pequeña plaza, con las fuentes palpitando, la noche se puso íntima. Y cuento las palabras a ver si cuadran y puedo, por fin, invitar a una copa a la chica de ojos verdes que lleva sentada un rato en la mesa de al lado. 

Guillermo Garabito.

Publicada en ABC CyL el 23 de octubre de 2015

lunes, 19 de octubre de 2015

A vueltas con el otoño

El desayuno (1874). Claude Monet
Me preguntó hace tiempo una chica, mientras yo intentaba ligar con ella caballerosamente, cual era mi estación del año preferida y me dejó desconcertado. Habría preferido que me preguntase por mis exnovias, qué es una pregunta para la que uno se pasa la vida entrenando. En realidad nunca había pensado que las estaciones fuesen tema de conversación para una cita si ésta no transcurría en un ascensor.  

Los otoños son mejores que los veranos en La Mudarra. Eso me dijo un vecino un día de julio que amaneció nublado y sin pretensiones. En realidad nunca me ha convencido el otoño, es apenas una prolongación lo inevitable. Algo así como un tiempo muerto hasta el invierno donde las casas ni se enfrían ni se calientan; vive uno permanentemente destemplado con los pies fríos y alguna capa de ropa de más. Siempre hay un catarro rondando.

Qué el otoño no me gusta es asunto que confieso sin pudor. Pero salen días luminosos de esos que dan para tomar el aperitivo en el jardín, e incluso para comer y echar la tarde. Y el aspecto del jardín ya es otro. Como una “Belle Époque” a la castellana. Sin nenúfares pero con chopos. El otoño en La Mudarra tiene algo de pintura de Monet los días claros; porque Monet pintaba estanques y nenúfares y señoras con sombrilla en mañanas otoñales porque nunca conoció Castilla.

El otoño en La Mudarra es una escena de diario. Felipe, mi vecino de dos casas más abajo, buscando el sol por las esquinas. Como para asegurarse de que alumbra las horas convenidas cada día, apoyado hasta la hora de comer sobre el muro de mi casa. Y visto con perspectiva parece que la estuviera sujetando él sólo para que no se vuele en una racha de aire más fuerte que otra. Después se va mimetizando con las piedras hasta que le entra el hambre y así todos los días.

Por aquí se nota que se hace invierno cuando el cielo comienza a vencerse poco a poco cada día. Los otoños salen buenos porque el proceso es lento. Ya decía Delibes que si el cielo de Castilla es alto es porque lo habrán levantado los campesinos de tanto mirarlo. Y esa altura que le dan día a día los que trabajan la tierra durante todo el año, permite unos otoños calmados.  

Con las estaciones uno nunca está conforme. Yo las habría configurado de otra manera. El otoño lo habría quitado, le habría dado algún día más al verano –pero a julio; agosto nunca me entusiasmó en exceso– y la primavera… ¡ay la primavera! La prolongaría únicamente los años que viene con novia. Esto, por otro lado, es un asunto muy español. No la primavera, ni los amores, sino el decir de algo que uno lo habría hecho de otra manera. Aunque secretamente agradecemos que nos viniesen dadas. A mí me ocurriría con los meses lo mismo que en una primera cita:

-          ¿Qué estación quieres?
-          Me da igual. ¡Elige tú!
-          No, elige tu…

Y al final ni estaciones, ni cita.

El otoño era la época perfecta para leer libros, recluirse en casa y prender la chimenea. Pero nadie explica que la chimenea hay que alimentarla para que siga ardiendo y que tira demasiado rápido. No lee uno dos páginas seguidas y ya  está chisporroteando el fuego necesitado de otro tronco. También llegaron los móviles y la cobertura a los pueblos y fastidiaron el invento.

“¿Y qué estación prefieres? Si no te aclaras” Te diría que prefiero el invierno. El problema es que ya no nieva. De esas nevadas que cuajan y se hunden los tobillos al caminar. De las que acaba uno hasta las narices pasado lo romántico de la escena, que son los cuatro primeros copos.  En invierno los días claros, decía Corral Castanedo, que podían verse los Picos de Europa desde aquí arriba, por donde va a morir la paramera en Coruñeses.

“¿Pero alguna estación te gustará?, decídete.” Me gustan los días sueltos. Lo de etiquetarlos por estaciones es una cursilería cada vez menos eficiente. Con el calentamiento global va a acabar uno sin saber si se levanta en enero o a mediados de julio.

“¡Menudo optimista estás hecho!”, me dijo ella. "Cuando te aclares llámame".  

Guillermo Garabito. 

Guerra de guerrillas

Desde que Montoro se sincera en entrevistas y hasta se refleja en los espejos, el que da miedo en verdad es Soria. Lo daba antes pero, mediáticamente, le tapaban las cruzadas fiscales que emprendía el de Jaén. Ahora que lo pienso no conozco a nadie que ponga en buen lugar al ministro de Industria y aun así el hombre sigue cogiendo peso por Moncloa en su carrera hacia la vicepresidencia. O eso dicen.

En CyL que somos así y hasta se nos antoja preocuparnos por lo nuestro, que ahora es el carbón, como siempre, salta Herrera nuevamente a la palestra nacional pidiendo soluciones al Ejecutivo. Qué se anden con cuidado no se nos nublen las ideas con un viento frío y otoñal.  Si no es con pataletas autonómicas todos los días y hasta pidiendo la independencia, que es el berrinche mayor del espectáculo, en Madrid no le toman enserio a uno.

A mí el presidente de CyL siempre se me antojó el hombre callado del Partido. Yo dudaba si cuando iba a Madrid hablaba o tan sólo se paseaba por Génova con gesto interrogante, para desconcertar, hasta la hora de las fotos. Pero desde que se bate en duelo con Soria y hasta con Rajoy al filo de la campaña cual guerra de guerrillas, me cae simpático y al electorado también.

No me declaro herreriano –que es un estilo–, pero metido a revolucionario mediático antes de la campaña tiene su aquel.

Yo a lo del carbón no es que le augure un buen final; nunca lo tuvo. Y si entre medias también nos gravan el sol a base de impuestos será que quiere Soria –que es una caricatura estirada de Aznar, sin la sombra del bigote–  que vivamos del aire y aprendamos a hacer la fotosíntesis.


Advierte Herrera, no le vayan a dar largas con la excusa de la campaña. Se agota el tiempo y llegaran los reyes  en diciembre, prematuramente, con carbón para todos. 


Guillermo Garabito.

Publicado en ABC CyL el viernes 16 de octubre de 2015.

La sexta de Iglesias

Salir de fiesta un lunes en Valladolid es un oxímoron. Se quejaban la semana pasada dos chicas mejicanas de que en esta ciudad era complicado hasta comer por ahí un lunes. Contaban que a las tres y media les miraban con cara de expectación a ver cuándo pedían de una vez la cuenta, “pendejo”. Tuve que explicarles que aquí practicamos ese deporte nacional que es la siesta. Y en algunos negocios con rigurosa puntualidad. Si llegan a pedir más tarde el postre ya no habría estado abierta la cocina y de haber propuesto cocinarlo ellas mismas se habrían encontrado al cocinero durmiendo sobre los fogones.

Echando la siesta es donde se debió quedar Iglesias el 12 de octubre mientras concurría el desfile de la Fiesta Nacional. Una siesta mañanera por la que justificó su ausencia días antes en previsión de que aquello le iba a resultar “un poquito tostón”.  Él, que aspira a ser presidente del Gobierno. Quizá su única medida sensata en materia económica sea la de implementar la siesta para estimular el rendimiento laboral… y yo todavía no la he visto en el programa. El programa de Podemos lo escriben las encuestas: ahora hay que retomar la idea de la auditoría de la deuda, ahora tenemos que decir que somos muy de centro y mañana vaya usted a saber.

La siesta viene del latín sexta, que eran las horas entre las doce y las tres del mediodía y es en Italia de donde primero se tiene constancia de esta. Pero los españoles criamos la fama y yo lo explico para que no crea el lector que titulo haciendo la gracia. ¡Mon Dieu!

Me acuerdo de mi abuelo cuando, de niño yo, íbamos de viaje en coche, él de copiloto. La cabeza apoyada sobre sus manos grandes y cruzadas que envolvían la empuñadura del bastón donde descansaba el peso. Yo desde el asiento trasero me asombraba de tanta piedad, todo el camino orando. En realidad rezaba hacía dentro; lo descubrí cuando un día, al pasar un bache, se le escapó un ronquido. Otras veces en casa, después de comer, se levantaba y decía aquello de “me vais a disculpar pero necesito ponerme horizontal”, que era una manera muy suya de decir que recogiéramos la mesa que él se iba a dormir. Privilegios de la edad, supongo.


Yo no suelo dormir la siesta, ¡ay! Mucho menos los días de desfile. Y es que mis siestas son trifásicas, de pijama, padre nuestro y orinal que decía Cela. 

Guillermo Garabito.

Publicado en El Día de Valladolid el 14 de octubre de 2015.

domingo, 11 de octubre de 2015

Réquiem por un quiosco

A la muerte de un quiosco no hay responsos funerales, ni una esquela en el periódico, ni ninguna otra pompa luctuosa. Se queda ahí, de cuerpo presente pero vacío y yermo. No le compondrán más que un réquiem de miradas los que, como yo, ahora tenemos que buscarnos otro donde comprar cada mañana la actualidad, que se vende barata. Y hasta trabar una nueva amistad con vaya usted a saber que quiosquero diferente, con tal de que no sea tan fría la transacción. Al de siempre se le volaron las hojas y las gominolas en un otoño precipitado y definitivo. 

Y me entran las dudas y los recelos cuando emprendo la busca de uno nuevo. ¡Qué sé yo si el periódico será el mismo comprado en otro quiosco! A mí me gustaba verme publicado en el ABC que vendían aquí.

Hay un cartel que reza “Gracias por todos estos años” tras uno de los expositores ya vacío. Debió pegarlo Lourdes, o Juan Manuel su marido, la semana pasada justo al lado del de “Cerrado por jubilación”; bien merecida. Guardo recuerdo de ir a ese quiosco desde que era niño, cuando las pesetas y todo.

En la prensa de ayer se leía que CyL es una de las regiones donde más tiempo se tarda en abrir una empresa. ¡Bendita burocracia! Me cuenta Juan Manuel los jaleos que se trae la administración antes de que alguien pueda abrir de nuevo el quiosco. Y es cuando resuelvo que mejor me busco otro y hasta haré las presentaciones oportunas con el nuevo quiosquero a regañadientes y le explicaré que tengo una abuela que se llama Marisa, que de pequeño me llevaba a uno de estos los domingos, para que me pregunte por ella todas las mañanas y si sale o ya no sola a la calle.


Se le jubila a uno el quiosquero, cierra el negocio y le hace la misma faena que andar buscando un contable nuevo.  

Por Guillermo Garabito.

Publicado en ABC CyL el 9 de octubre de 2015.

miércoles, 7 de octubre de 2015

Los oros

El final de la crisis es una tienda de “Compro oro” en alquiler. Hay indicadores a pie de calle que son más relevantes que todos los discursos políticos e informes macroeconómicos e ininteligibles juntos. Y aunque el bolsillo de momento no lo sienta,  ver una tienda de “Compro oro” cerrada levanta la esperanza de cualquiera. Quizá sea eso o simplemente que se nos acabó el metal precioso en la ciudad. Ayer me encontré en Valladolid el principio del fin de estos negocios.

Yo si fuese Luis de Guindos, en mi próxima comparecencia saldría con el apoyo visual de una tienda de almoneda en alquiler o venta. Le tomaríamos más enserio. Aunque también habría aquellos que dirían que es el síntoma irremediable de que ya ni estas consiguen mantenerse. Ni con oro se paga a final de mes la cuota de autónomo.

Nos vendieron el fin de la crisis por fascículos, incluso antes de que comenzara.

Los “Compro oro” fueron la burbuja de la crisis cuando por Montera te saltaban individuos fluorescentes, con chaleco y gorra de empresa, empapelándote de panfletos publicitarios de estas tiendas. En provincias se instaló uno en cada esquina. Los hay que resisten a ver si con los próximos Juegos Olímpicos mejoran las reservas del noble metal. Entretanto Zapatero seguirá rezando para que las medallas suplan en la reserva los lingotes que dilapido antaño; allá por 2007.

Por fin se terminó el AVE a León después de siete años. Ahora dudo si leí en su día a Nostradamus algo que relacionara la efeméride con el fin de la crisis. Lo que ni el astrólogo francés habría augurado era el encuentro entre el alcalde de Valladolid con el homólogo de la ciudad vecina. Y el efusivo abrazo, y los elogios y en general todo eso que ocurre ante las cámaras para el periódico del día siguiente.   


Se acaba la crisis, querido lector. Qué le voy a decir si es viernes.

Por Guillermo Garabito. 

Publicado en ABC CyL el 2 de octubre de 2015.

Ni gratis

Y uno que pensaba que no le leía nadie… Me informa Seminci que la Espiga de Honor es un premio sin dotación económica, de carácter honorífico. Ya siento Fernando, amigo, darte yo la noticia por si estabas tan equivocado como yo. Y como uno yerra pues rectifica y sé disculpa. Entono el famoso “lo siento mucho, no volverá  a ocurrir” y aclarado queda mi error para con la Seminci.

Uno empieza a escribir bien cuando es consciente de que no le leen ni en su casa. En casa, mi madre me dice que no se rectificar. Fresco hoy, le enseñaré el periódico para demostrarle que en el fondo y aunque a ella le entren dudas también se pedir disculpas.

Los errores breves con el tiempo únicamente conservan la gracia. En Valladolid sin ir más lejos. Años cuarenta y al concejal de turno del gobierno municipal le pregunta un periodista sobre la góndola con la que había obsequiado a la ciudad el Ayuntamiento de Bilbao para que navegara por el estanque del Campo Grande. “Muy bien, muy bien” sopesó. “Ahora ya sólo falta que alguien nos regale un góndolo…” contesto precipitadamente; muy ancho, convencido de que el regalo respiraba y tenía patas. Las ruedas de prensa por la mañana temprano también entonces jugaban malas pasadas. 

Y a mí se me ocurre que ya he entrado en esa nómina de columnistas que erraron alguna vez en la vida. Como Umbral sin ir más lejos, que corrigiendo el artículo de Pedro Rodríguez publicado el día anterior, también metió la pata. Y tuvo que llegar Jaime Campmany en otra columna posterior, con su magisterio cenital, para sacar del error a ambos. “Total, que Francisco Umbral también se equivocaba”, escribió el murciano. “O sea que ya le podemos hace igualmente ministro de Cultura”. Y no sé si con mi error de ayer ya quedo registrado como papable ministerial para el futuro o tendré que apuntarme en algún lado.


Respecto a Fernando Trueba, que también se equivocará alguna vez –digo yo–, sigo manteniendo lo dicho en mi columna de ayer. Sesenta mil euros arriba o abajo. Deberían de pensarse bien lo de entregarle el premio después de su ya afamado “agradecimiento” al recoger el Nacional de Cinematografía. Aunque sólo sea por cederle otra vez un micrófono cruzando los dedos para que tenga más fino el sentido del humor de lo que lo tuvo la última vez.  

Por Guillermo Garabito. 

Publicado en El Día de Valladolid el día 1 de octubre de 2015. 

Trueba, el oso y la mala educación.

A Fernando Trueba la nacionalidad le viene grande; se le escapa entre sus ironías de mal gusto pagadas por todos los españoles. “Ni cinco minutos de mi vida me he sentido español” decía con el otro ojo buscando la salida consciente del revuelo que iba a armar. La cara de Méndez de Vigo, incrédulo, se retorcía maquinando una contestación. 

Como se sintiera aquel día Trueba, a mí y creo que al resto de los españoles, nos la trae al pairo. No lo hizo con mala intención. Usó el foro y su discurso de agradecimiento para ahorrarse los cien euros del psicólogo y expresar en voz alta sus sentimientos. ¡Qué pícaro el cineasta!

Valladolid es un  circo con un oso haciendo cortes de mangas al personal. Como la noticia que recogía  Luis Amo recientemente en este periódico. Aquella escena que tenía demasiado de película de los hermanos Marx, del humor de lo absurdo de Jardiel Poncela, en la que el dueño del circo sacaba al animal a saludar con este gesto tan elocuente a los animalistas que protestaban a la puerta. Y a la Seminci, que ya tenía concedido el premio antes de que a Fernando Trueba le diese por ese humor progre que se lleva ahora, quizá le dé pereza andar cambiando de premiado; sobre todo porque eso requeriría buscar otro. Y a ser posible mediático. Es verdad que el premio no se concede por lo español que se sienta el galardonado. Pero hay que felicitar al festival por su talento, siempre descubriéndonos directores “extranjeros”, como antaño a Ingmar Bergman.

“Qué pena que España ganara la Guerra de la Independencia” dijo el madrileño. Querrá que le den alguna subvención en el país vecino este mini Sartre metido a oportunista.


No creo que Valladolid sea el mejor sitio para concederle un premio después de su desafortunado comentario. Bien dicen de los castellanos que somos secos a la hora de expresarnos. A ver si entre tanta locuacidad de monologo torpe malinterpretamos alguna palabra y ya tenemos titulares otra vez. En esta ciudad, capital que fue de España, le vamos a dar 60.000 euros, ahí es nada, y a cederle otra vez un micrófono cruzando los dedos para que tenga más fino el sentido del humor de lo que lo tuvo la última vez. 

Por Guillermo Garabito. 

Publicado en El Día de Valladolid el día 30 de septiembre de 2015.