La literatura española del pasado
siglo, junto con brillantes artículos y críticas periodísticas, no se
entendería igual, o quizá no habría sido la misma, sin el aire poético y con
algo de musa de muchos de nuestros cafés.
Este es el caso por excelencia del madrileño Café Gijón, de atmósferas
artísticas y líricas, al que llegaban provincianos e inexpertos todos los
jóvenes que querían triunfar y vivir en ese mundo imposible que es el arte. Más tarde, tal vez tan solo los que conseguían
darse de bruces con el éxito, se trasladaban a otros, como el desaparecido
Teide de González Ruano o el Pombo de Gómez de la Serna , convirtiéndolos en remansos
culturales, lejos del atractivo curioso que despertaba el Gijón. Allí unos reflexionaban
y otros escribían artículos, porque ‘’hay que escribir dos artículos al día; uno
para vivir y el otro para beber’’, que
decía don Francisco de Cossío.
Es curioso como al entrar, se me
vino airado todo aquello que hasta entonces había leído de tan tratado lugar.
Páginas desordenadas, pero aún nítidas, se hicieron arrebol en mi memoria y
César González Ruano, Camilo José Cela, Francisco Umbral y su libro, desbordaban
aquella estancia que en realidad es más pequeña de lo que en los libros pintaron.
Descrita por la pluma, se le hace a uno, al menos a mí, un espacio velado de
luces tenues en algún punto inexacto del céntrico Madrid sin tiempo, más grande
que en verdad, más alargado que ancho, como con un toque lánguido y de una fama
usada y perpetua.
Como el Gijón en Madrid, en
Valladolid tenemos algún café con regusto literario de corte elegante y a la
antigua, como el Lion D’or, con espejos en los que se quedan y a la vez se reflejaban las prendidas siluetas
de ayer. Al entrar, uno entiende la realidad de que lo único que tiene de todos
aquellos ilustres que lo han frecuentado, es el café con leche que tomaba Ruano
acompañado de pastillas, o la bollería y la historia de miradas y literatura
que reflejan sus cristales abiertos curiosos, como ojos incansables, al tiempo
de la Castellana.
Decía Umbral que Madrid lo habían
hecho ‘’entre Carlos III, Sabatini y un albañil de Jaén, que era el que se lo
curraba’’, empero yo opino que el Café Gijón, es un reducto del Madrid que se
hizo gracias a los escritores que sembraron entorno a él un poético vendaval de
anécdotas y leyendas.
Guillermo Garabito.
Publicado en El Día de Valladolid en marzo de 2014.