lunes, 19 de mayo de 2014

Los fantasmas de la Complutense

La Universidad Complutense de Madrid desprende olor a muerte y putrefacción, como si allí yaciese funestamente la razón. En las entrañas profundísimas de su ser, donde el sentido común no alcanza y la razón no se atreve, se han descubierto hacinados los cuerpos de aquellos que, de buena fe, donaron su cadáver a la ciencia. Y hoy, algunos, cinco años más tarde, se pudren ultrajados y abandonados de toda humanidad y respeto en un sótano, que es la fosa común donde los apilaron con otros dos centenares sin miramientos y sin expectativas.
Se escuchaban cosas sobre la falta de respeto hacia los cadáveres donados y aun con todo, en los últimos años, ha crecido el número de personas que toman esta decisión en pro de la ciencia. Suele ser en los sótanos donde se guardan las vergüenzas inconfesables y las cosas inservibles de la vida, pero nadie podría imaginar la torpe y desinteresada crueldad de esta pervertida estampa. Parece increíble que en la España de hoy, que en la Europa del siglo XXI, en una universidad, se lleven a cabo estos despropósitos. Cualquiera podría confundir la crudeza de las imágenes, con lo ocurrido en los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial.

España no es país de dimisiones ni responsabilidades, pero en este caso debería ser la máxima autoridad de la universidad, el rector, quien, con conocimiento de causa o sin él, dimitiese abochornado por su responsabilidad última en esta atrocidad. Porque cumplidas las obligaciones de la vida y el deber de morirse, que menos que muerto uno, se respeten sus derechos.

Entre tanto, por caridad, den tierra a los cuerpos de esos ingenuos que obraron generosamente y déjenlos descansar tranquilos para la eternidad. 

martes, 13 de mayo de 2014

Mitades

Algún día indeterminado, en una tarde de una estación que hoy no recuerdo y rumbo a un quehacer concreto, ahora poco importante, caminaba con un buen amigo bajando el lateral de las lindes últimas de la catedral pinciana. Hablando de la ciudad surgió la idea, quizás premeditada, de que el herreriano templo, iglesia mayor de la urbe, era fiel reflejo de la ciudad en su conjunto. O quizá fuese la ciudad vallisoletana de hoy, reflejo irremediable de la inacabada y añosa catedral de la que somos legatarios.

De la ciudad se escapan aquellos que buscan el éxito mayor y se van a la jungla capital. Allí unos mueren olvidados entre cemento y vidas que no cesan y otros, por suertes y mérito, consiguen el éxito de pervivir al olvido y al paso de las modas. Porque Valladolid es una ciudad agradecida solo a medias.

La ciudad del Pisuerga y la Esgueva, es una patria partida por la mitad del ser o no ser. Del soñar con ser una de las grandes ciudades españolas, europea y del mundo, en tanto se mide por el patrón de las pequeñas, modestas y provincianas. Que nada tienen estas últimas de malo, cuando no guardan la ridícula expectativa de ser titánicas  metrópolis o que así las vean los demás.  Pero al final, pese a todo y gracias a ello, Valladolid es ciudad. Ciudad histórica, conventual y mística, noble e hidalga, contemporánea, aburguesada y trabajadora. Lares donde el nacer es gesto presumible y vivir, tranquilidad. Quizás la virtud de Valladolid sea esta, la de ser tanto siendo solo la mitad, el estar a medias y dar pie a que su otra mitad, la de su estética, la de su ser último y verdadero, estén aún por escribir.


Guillermo Garabito
La Razón, Marzo 2014