viernes, 21 de noviembre de 2014

Hacer la revolución


El problema de meterse a revolucionario, es la incertidumbre. La inquietud obsesiva sobre si al final aquello vale para algo o todo quedará en nada.  Los españoles, que somos revolucionarios de café y pincho de tortilla nada más que treinta minutos al día, gastamos nuestra indignación, porque el español funciona a ‘’venadas’’, en las redes sociales en vez de buscar mecanismos para echar a los listos de turno.

El otro día mientras esperaba al autobús, escuchaba la conversación de dos imberbes que decían: ‘’ ¿Has visto que jodieron a pedradas el árbol de Navidad de donde mi tía? ¡Deberíamos hacer lo mismo con los grandes del centro!’’ Y a mí que en las paradas me entra la locuacidad,  les pregunté que esperaban  conseguir con eso. Filosóficos, a la par que meditabundos, me respondieron que fastidiar al alcalde… ¡angelitos! Triste realidad de muchos, que sólo les da por hacer la revolución a cantazos por incordiar. “Para aquellos energúmenos era lo mismo ensamblar las piezas de un puzzle, a fin de formar un cuadro, que coger un cuadro y hacerlo añicos, al objeto de crear un puzzle.”

Inevitablemente se me va la cabeza a cuando Iglesias, Errejón y compañía, lanzan titulares como ‘’el cielo no se alcanza por consenso: se toma por asalto’’ y uno se da cuenta de que no se saben hacer revoluciones civilizadamente.

El problema de meterse a revolucionario es quedarse para siempre en el asunto, no de inconformista que es lo suyo, sino con el estómago vacío y a la testa, ceñido el populismo.

Julio Camba,  mordaz para estos asuntos, decía que tanto con unos o con los otros ‘’la sopa del español sigue estando fría y el gazpacho templado’’.  Rajoy, desaparecido y disimulado, como no da perfil de estatua clásica, anda mirando a ver sí por lo menos vale para momia, mientras lo envuelven los casos de corrupción y lo embalsaman las circunstancias.

Guillermo Garabito

Publicado en ABC. 21 de noviembre de 2014

miércoles, 19 de noviembre de 2014

García Benito en la Diputación

Portada Vogue de G.B.
Con los pies todavía fríos por las prisas y la temperatura del lugar, escribo este artículo con garbo para que llegue en hora. Hago de cronista de ultratumba, de depósito bohemio y almacén caótico bien clasificado, con más arte del que ya quisieran muchos museos con ínfulas.

Gracias a la amabilidad de Concha Gay y Julio del Valle pude visitar los fondos artísticos de la Diputación provincial. Cúmulo extenso de cuadros y escultura donde se agolpan los siglos y el renombre de grandes artistas, que cuelgan bien ordenados y catalogados a lo largo de inmensos paneles.

En ese almacén se le hielan a uno los pies a la temperatura exacta que hay para conservar los pictóricos tesoros. Allí muda, entre los de su gremio reluce, en cantidad y calidad, la obra de Eduardo García Benito, pintor nacido en 1891 en esta ciudad del Pisuerga y la Esgueva, que recorrió el mundo en las mullidas comodidades del éxito. Pero como de todo depara la suerte, también conoció la ruina económica.

Don Eduardo fue becado joven por su talento, trabó amistad con Picasso o Modigliani y triunfó en el París de la época de Juan Gris. Trabajó como ilustrador para publicaciones de la talla de Vogue o Vanity Fair, en aquellos años refulgentes del estilo Art decó -insurrecta corriente contra la austeridad forzada tras la Gran Guerra-. Dibujó innumerables portadas con las que ganaba para vivir todo un mes, a alta velocidad, en el Nueva York del Gatsby de Scott Fitzgeral. Felices años veinte donde todo deslumbraba a ritmo de jazz y excesos. Inopinadamente, la fortuna le hizo ‘’crac’’ en el veintinueve.

Volvió a España, a la Valladolid modesta, provinciana y la Excelentísima Diputación, supo entonces tener la altura de miras de pensionarle hasta el fin de sus días, a cambio de conservar su obra tras la muerte. Los últimos años se le veía comiendo en el Círculo de Recreo y de Nueva York, ya sólo le quedaban chalecos amarillos de terciopelo gastado y recuerdos que paseaba nostálgico por Valladolid.


Hoy, viendo tan fascinante colección, sería gran idea que la Diputación, dentro de su buen hacer cultural, nos brindase a los vallisoletanos y a los foráneos que llagasen atraídos por el cartel, una exposición donde se muestren los lienzos, portadas, dibujos y grabados de García Benito. Pues sus obras son, allí escondidas de las miradas, cadáveres fresquísimos que rezuman arte y soledad. 

Guillermo Garabito

Publicado en El Día de Valladolid, 19 de noviembre de 2014.

viernes, 14 de noviembre de 2014

A pesar de todo, Tenorio


Respecto al teatro, cada vez soy más partidario de que en las ciudades del norte solamente se abrieran de marzo a octubre. Con el frío, cuando las mañanas nacen heladas y las noches son oscuros cristales de invierno, algunas personas que acuden al teatro pagan una entrada para desde su butaca, extintas las luces, iniciar una particular sinfonía de toses profundísimas de pecho a las que se suman, en coro, otros a medida que el tiempo avanza. La acústica acompaña.

Inmortales versos en las noches airosas, otoñales: ‘’Y no es verdad ángel de amor / que en esta apartada orilla…’’

Con mi alta estima a Blanca Portillo, creo que querer criticar al Tenorio en la ciudad natal de su autor, ante cientos de vallisoletanos, cuanto menos es empresa arriesgada. Y sí lo que quería era juzgar a Don Juan y no sentenciarlo culpable precipitadamente, diré que allá en la década de 1950, las tablas del noble Teatro Calderón acogieron un célebre ‘’Juicio al Tenorio’’. En encendido lirismo, Martín Abril o Tere Yñigo junto a un nutrido grupo de abogados, trataron de dilucidar por noviembre, fue por noviembre sí, la inocencia o la culpabilidad de tan afamado golfo. Y quedó absuelto, como al pie de la sepultura según Zorrilla ,pues ‘’un punto de contrición/da a un alma la salvación’’.

Quedan embaucadores y truhanes dos siglos después, que burlan mujeres y alardean de la mala vida, de eso no le cabía duda a nadie. No hacía falta esta adaptación sacada de madre; que atraer con desnudos como labrados en mármol es sencillo y doña Ana de Pantoja, en bragas rojas, pues también gana lo suyo. Diga, querido lector, que soy un antiguo, pero yo me quedo con la versión clásica, capa y espada.

Toses guturales en los patios de butacas. En lo que respecta al teatro, después recuerdo que el Tenorio es en noviembre y yo sólo envaino mi propuesta.


Guillermo Garabito. 

Publicado en ABC, 14 de noviembre de 2014


domingo, 9 de noviembre de 2014

A la sombra de la Diputación

En España estamos desgastando la palabra corrupto a velocidades de vértigo y aquí no pasa nada. Tantos aparecen últimamente que, cansado, se me lía la lengua de tanto decirlo y prefiero eliminarla del diccionario mental por no repetirme. 

Marcos Martínez pensó que desde la cárcel, barrotes por puertas, sus órdenes se escucharían 
alto y claro para seguir gobernando a la sombra, pero la gente se le ha espantado, temerosos y asustados de verlo negro todo. Pintan bastos para él, que no es de hombre inocente cuando uno anda imputado, en prisión sin fianza y con la conciencia a cuestas, aferrarse al cargo de presidente de la Diputación de León, ni a ningún otro y sobre todo al sueldo.  Porque a diferencia del resto de presuntos y corruptos, que en el calendario se suceden a la espera de juicio, en presión -donde se es funcionario sin producir nada, cumpliendo la papeleta en espera de la reinserción-, puede jactarse de seguir cobrando setenta y seis mil euros anuales. Lo dejó todo atado, bien atado y lo suyo parece que les está costando deshacerlo a los diputados leoneses.

Viendo la vida correr, también Granados pasa el tiempo preso de su criatura. Aquella que inauguró con sonrisa pícara mientras analizaba cada esquina pensando en que, los lumbreras de turno ya le habían enseñado el camino para salir de allí si alguna vez le pillaban. Y los ciudadanos nos preguntamos qué valor tiene la ley sí los que la hacen, también hacen la trampa.

Entre tanto Herrera, que para esto tiene temple y mano firme, ha dicho lo que a Rajoy, solo de pensarlo, hace que le tiemble el habla y hasta el párpado. Sus firmes declaraciones dicen mucho del presidente Herrera, pues él, a diferencia de Cospedal y plañideras, no se rasga las vestiduras haciendo peregrinación por los cerros de Úbeda en las salas de prensa.

Guillermo Garabito. 


Publicado en ABC el 7 de noviembre de 2014

miércoles, 5 de noviembre de 2014

¡Feliz cumpleaños!

Cumplir años está infravalorado, quizá por ser un acontecimiento que se repite puntualmente en el calendario personal. A ninguno nos gusta demasiado, sobre todo pasada cierta edad, pero en la infancia, cuando todo es lento y liviano o al menos debería serlo, lo de cumplir años es otra cosa.

Uno nota que se va haciendo mayor en ninguna parte en concreto, pero se nota. Por eso, me van a permitir que sin regalo yo, porque ya el sueldo de articulista no da para nada, les haga éste a mis hermanos Alex y Chema, en el día de su cumpleaños:

Un regalo que amarilleará al paso de los años, pero espero no se rompa o le llegue el olvido como a cualquier otro presente material. Tal vez no le encontréis valor, pero podéis presumir de el en el colegio, no para conseguirme nuevos lectores -que también-, sino porque robarle protagonismo por un día, aunque sea en este breve recuadro, a los políticos y el mal endémico de la corrupción, es algo muy difícil.

Ahora que todos pueden ver, entre chorizos que piden perdón pero no sienten nada, que no era una crisis económica sino una profundísima crisis de valores, tenéis que entender que al final, lo único que vale es ser buenas personas. No sé a qué edad exactamente uno comienza a ser un hombre, pero tened claro que lo más importante, con once años y siempre, es ser recto. Godo os hubiera dicho que hay que ser hombres de provecho y como éste para mí nunca dejará de ser su hueco, os lo escribo yo. Es difícil y se yerra por el camino, lo veréis, pero no hay que dejar de intentarlo; el ideal es, en palabras de Baudelaire, ‘’ser sublime sin interrupción’’.

Los hermanos mayores deberíamos aspirar a ser ejemplo para los pequeños y que éstos se sientan orgullosos de nosotros. Pero el orgullo, lo siento yo al teneros como hermanos.
Un artículo y defender la necesidad de lo personal ante el materialismo era quizá lo fácil, pero cuando a uno le coincide su columna semanal y el verse sin regalo el día antes del cumpleaños… la cosa está clara. Decía Umbral que para escribir un artículo hay matar un ensayo, un soneto y una noticia, discúlpeme el lector este alterar la receta del maestro, para, en día tan especial, matar una carta y un regalo.


¡Felicidades, campeones!

Guillermo Garabito

Publicado en El Día de Valladolid el 5 de noviembre de 2014

martes, 4 de noviembre de 2014

Una editorial por capricho


Siempre nos fueron las cosas difíciles, lo raro y probablemente, todo lo que estaba abocado al fracaso. Pero antes del estrépito final, fuimos felices en las horas de domingo largas, otoñales, cavilando febrilmente, donde fue tomando forma de embolado.

Siempre hubo una editorial en espera, libros en el limbo de las obras agotadas que se quedaron en el cansancio sistemático de sobrevivir a las décadas; este áureo fulgor moderno con el que muere la celulosa. Quisimos montar una editorial de caprichos lentos para que los jóvenes leyeran a los muertos sin paradero en las estanterías comerciales. Dar de nuevo luz a aquellos que no conocieron las imprentas de este siglo.

Una editorial para reeditar a los malditos y a los olvidados, abrir su negra tumba y sacarlos del olvido sin saber si es lo que querrían. Dejarnos los fondos y la vida en publicar poetas primerizos, poemarios palpitantes de versos virginales. Pero la poesía no da de comer” repiten otra vez.

Sólo queríamos que aquellos libros que a nosotros nos habían marcado de uno u otro modo, los leyera todo el mundo en tiradas de tres mil. Que pasasen recién estrenados a ser mayores por sobados y nuevos lectores, los encontrasen en librerías de viejo con el sentimiento de estar descubriendo ''no sé qué restos de qué antigua civilización''.

¡No queríamos ser ricos! ¡Sólo parecer cultos!


Guillermo Garabito

domingo, 2 de noviembre de 2014

El corral de los quietos

No es, como dijera un avezado columnista, que a mí los muertos se me den como a nadie, sino más bien que se echa de menos algo de humanidad en los cementerios de hoy día. Hay flores de papelón sobre ajadas lápidas, ausencia de personas vivas a su vera.

Tras la revolución industrial y el encadenamiento de tareas, mandar el muerto al hoyo con presteza para seguir el vivo en eso del vivir, se convirtió en uno de los mecanismos más arraigados en la sociedad. En cambio en los pueblos, no se ha perdido la tradición y ese respeto de como enterrar a los que se van retirando del siglo. No hablo de teñir hasta las enaguas de un luto negrísimo, tal vez una mínima pompa fúnebre, por eso de que morirse es una experiencia única en la vida de cada uno.

Entregado a la nostalgia otoñal digo, que en las ciudades ya no se sabe despedir a los muertos. Sino miren los cadáveres políticos, que siguen caminando porque a los de arriba les faltó valor o quizá ejemplaridad para entregarlos a la justicia. Con cada nuevo día se alarga el denso hedor de los corruptos por la avaricia; muchos siguen paseando por las instituciones del Estado y sus aledaños. Y en el monte rendido y deshecho del Congreso, que es la viva imagen del corral de los quietos, como en las ‘’Leyendas’’ de Bécquer, a este paso solo correrán las ánimas. 

Juegan a resucitar los grandes partidos mientras cavan la fosa, por su pulso ineficaz y lento, de su propio entierro, que según los últimos augurios del CIS oficiarán los de Podemos. El de la coleta, demagogo y famélico, escribiendo el lúgubre epitafio a ‘’la casta’’.

Rato y Blesa –uniéndose más gente por momentos- como muertos en vida, caminan entre marmóreas sepulturas negrísimas, opacas. Una lápida reza: Aquí se corrompen los que dijeron servir al pueblo.

Guillermo Garabito 


Publicado en ABC el 31 de octubre de 2014