martes, 13 de mayo de 2014

Mitades

Algún día indeterminado, en una tarde de una estación que hoy no recuerdo y rumbo a un quehacer concreto, ahora poco importante, caminaba con un buen amigo bajando el lateral de las lindes últimas de la catedral pinciana. Hablando de la ciudad surgió la idea, quizás premeditada, de que el herreriano templo, iglesia mayor de la urbe, era fiel reflejo de la ciudad en su conjunto. O quizá fuese la ciudad vallisoletana de hoy, reflejo irremediable de la inacabada y añosa catedral de la que somos legatarios.

De la ciudad se escapan aquellos que buscan el éxito mayor y se van a la jungla capital. Allí unos mueren olvidados entre cemento y vidas que no cesan y otros, por suertes y mérito, consiguen el éxito de pervivir al olvido y al paso de las modas. Porque Valladolid es una ciudad agradecida solo a medias.

La ciudad del Pisuerga y la Esgueva, es una patria partida por la mitad del ser o no ser. Del soñar con ser una de las grandes ciudades españolas, europea y del mundo, en tanto se mide por el patrón de las pequeñas, modestas y provincianas. Que nada tienen estas últimas de malo, cuando no guardan la ridícula expectativa de ser titánicas  metrópolis o que así las vean los demás.  Pero al final, pese a todo y gracias a ello, Valladolid es ciudad. Ciudad histórica, conventual y mística, noble e hidalga, contemporánea, aburguesada y trabajadora. Lares donde el nacer es gesto presumible y vivir, tranquilidad. Quizás la virtud de Valladolid sea esta, la de ser tanto siendo solo la mitad, el estar a medias y dar pie a que su otra mitad, la de su estética, la de su ser último y verdadero, estén aún por escribir.


Guillermo Garabito
La Razón, Marzo 2014


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