martes, 9 de septiembre de 2014

De mi jardín nostálgico.

Al principio del verano, jardines. Despeinados aún de invierno, desmelenados de primavera reciben el verano con la tranquilidad de los años que se suceden mientras todo continúa. Los jardines en lo alto de la paramera son recoletos oasis extasiados de verdes, en contrapunto de romántico colorido con un campo bruñido y desdichado esta cosecha. El mío, cada año a partir de mayo, se bebe las horas sediento de manos y de atenciones diarias. Porque en La Mudarra hay que tenerlo limpio y cuidado para no desmerecer al conjunto, a los de aquellas personas que lo visten de flores en abril y lo tienen engalanado hasta el otoño. Sin embargo, me viene ahora a la cabeza la frase que en los últimos días me decía una vecina cada vez que me veía trabajando en el mío, ‘’ un jardín no es de plástico’’. Precisamente ahí reside el encanto, en el olor a tierra húmeda, apenas cuajada de mañana, cuando todavía no se ha evaporado el rocío; en la visión aterciopelada del césped recién cortado que abriga de la frescura a cada nueva aurora.

A la sombra de los jardines en flor, encuentra uno agradables ratos de paz y tranquilidad, casi inmemoriales en las ciudades, la calma que este año quitaba el campo en los pueblos o simplemente el lugar donde escribir este artículo. En los jardines cabe todo... sueño de una noche de verano. 

Estacionales, en nuestra región los hay con personalidad propia, jardines donde, por muchos cambios que se hagan, guardan la esencia con la que fueron concebidos. Precisamente porque tenemos el país de huerto en huerto en una crisis que más parece un patatal infecundo, resultan tan atractivos y apacibles los jardines. Porque en este sembrado de la vida, vienen cosechas malas y mejores, pero tener un jardín en el que sentarse y olvidar todo por un rato, es una de las pequeñas licencias que se nos reserva todavía. 

Cada nuevo verano ocurre lo mismo, termino por preguntarme si paso más horas trabajando o disfrutando de él y he llegado a la conclusión de que, al menos mi jardín, se disfruta mientras uno lo engalana de estío. Que los ratos sentados son lo de menos, aunque imprescindibles para seguirle el ritmo. Este año le rondaba la inquietud a mí jardín, que suele ser sosegado y calmo. Algo que no entendía, por ser inusual en él, hasta que decidí pasar mi primera noche de verano aquí. Le ocurre ni más ni menos, que le ronda, precisamente este año 2014, la nostalgia y emoción literaria del recuerdo. Nostalgia de lirios floridos en mayo, como palomas de primavera que ya se fueron, porque los que en mí jardín hunden sus raíces, celebran el primer centenario de la publicación de ‘’Platero y yo’’ de Juan Ramón Jiménez. Con una particular emoción, por venir de Moguer, de la tumba de Nobel español. 

Mi jardín empieza a ser como Platero ̧ no ‘’pequeño, peludo y suave...’’ como escribiera Juan Ramón, sino que ‘’Nos entendemos bien. Yo le dejo ir a su antojo, y él me lleva siempre a donde quiero’’.

‘’La luna viene con nosotros, grande, redonda, pura’’, días largos... Al principio del verano, jardines. 

Guillermo Garabito

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