En la bella Valladolid, donde situamos nuestra escena: Érase un bolardo a un coche
incrustado / érase un destrozo superlativo / érase este un problema casi vivo. Lo
del bolardo era una jodienda repentina que se llevó por delante titulares y
algunos coches; perdí la cuenta en la treintena. Un “aquí se queda” (del
anterior alcalde) porque lo digo yo. Propuso Saravia, con gracia y mala leche,
llevar tan macabra reliquia al Museo de Valladolid. Ya puestos, que se le resérvese
un nicho en el panteón de ilustres...
Me
acerqué el miércoles de atardecida, al enterarme de la notica, para mostrar mis
condolencias antes de que lo jubilen para siempre. El suyo era un oficio mal
pagado. Acto seguido cruce la plaza camino del Zorrilla –que soy hombre de
plañir breve y escueto– para ver Romeo y Julieta. Representación final de los
alumnos de la Escuela Superior de Arte Dramático. Sorpresa la mía al llegar y
enterarme de que era una versión que rayaba la comedia, una “tragiclownmedia” bien
escenificada, con Julieta adolescente colgada del teléfono en una Verona
revisada y bien traída.
William
Shakespeare, en tarde veraniega, hubiera preferido reírse con su obra, que
tanto dramatismo lóbrego y amores condenados le llevan el ánimo a cualquiera. El
humor es patrimonio del alma y si es cierto que reírse alarga la vida los
presentes allí ganamos algún minuto a la parca. Al menos nos fuimos a casa de
buen humor, que ya es más de lo que hacemos otros días. Con jóvenes actores como
estos el futuro del teatro tiene buen augurio. Al otro lado, en la Plaza Mayor,
todos miraban el pádel.
El
bolardo fue noticia nacional en repetidas ocasiones. Incluso tenía su club de
fans en las redes sociales, porque el aburrimiento a todo mueve. Fue, mientras
duró, un drama, casi un clásico.
¡Adiós,
bolardo, adiós! ¡Fuiste “un triste juguete del destino”!
Guillermo Garabito.
Publicado en ABC el 19 de junio de 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario