José
Agustín Goytisolo le dio un caramelo por no haberle escrito un poema como a
Julia, sí, a él antes de morir. Él es el
Marianito que pintó Goya; en él inspiró
las manos chatas, el rostro todo, pero antojos del tiempo, ay, hubo que ponerle otro nombre. Fue el niño
intemporal de Umbral y sus helechos de meretrices de calleja y cortesanas palaciegas,
un emigrante de postín que despidió Valderrama hecho canción. El don Latino de
algún ciego por conveniencia.
¡Hay
que ver la teatralidad del asunto! Un aventajado principiante “de vodevil en el
papel de víctima y villano”, en este circo que es subir audiencias a cualquier
precio, a toda costa. Pero el asunto del pequeño Nicolás, por ser radiografía
de esta España trepa y caradura –no sólo el–, nos vuelve a conectar a la
realidad. Creo que llegados a este punto se conocerá todo, habrá transparencia,
pensó alguien… Sabremos que estuvo implicado en la dimisión en pleno de la
cúpula del PSOE en Burgos o que desde que no está en circulación, con sus
asuntos de Estado, el paro ha vuelto a subir en la región, tal vez por no
encontrar un descampado propicio donde instalarnos un Eurovegas pinariego. Si
no fue así, pues habrá distraído un rato la atención, pan y circo una vez más.
Tañeron
a muerto las campanas en un pueblo olvidado, cerca de Almendralejo, mientras
caminaba al presidio acompañando al “desgraciao” de Pascualillo. Dicen que
sabía quién era el “elefante blanco” de la jungla capital de aquel febrero
incierto, gris que se marchó sin avisar, la lió antes de tiempo. Le pone
Iglesias una vela cada noche, junto a Chávez, para que todo siga igual. Nicolás
condujo el Jaguar más famoso, entre confeti, encargado de comprar champagne
para la fiesta.
Todo
esto ha sido, a todos ellos ha conocido. Fue Nicolás el CNI.
Guillermo Garabito
Publicado en ABC 5 de diciembre de 2014
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