Siempre he tenido la
sensación de que los grandes premios se ganan gracias a grandes muertos, por lo
menos a lo que los periodísticos se refieren. Y si no son grandes los muertos,
cuanto menos, carismáticos.
Muchas mañanas, cuando
escribir es maltratar más de la cuenta la inspiración burlona, callada, me entran ganas de hacer de mi
columna un anuncio por palabras y ya de paso escribo una en busca de otra: “Se
busca muerto de urgencia, a ser posible con honores y prestigio. Abstenerse simplones.
Gracias”. Mi paisano José Zorrilla a la cabeza,
sin otro galardón que la fama, que por otro lado es la simplificación
del resto, apostrofó el cadáver de Larra a los pies mismos de la tumba siendo
todavía imberbe. Después, González Ruano haría de las lágrimas un arte y del
papel prensa un panteón de efímera eternidad. Campmany lo enterró a él en los
periódicos como se despide a los míticos, por la puerta grande y le valió el
Cavia de aquel año 1966. En esta misma casa, a Umbral que era el maestro de
todos, lo despidió Ignacio Camacho con un artículo, que se merecía el premio
que ganó, y dos.
Yo busco nostálgico y
nervioso por si no llega. Y si al final uno tiene la suerte de encontrarlo, un
muerto bien muerto, contentos los dos, uno hecho eternidad y el otro con su
artículo. Pensando en muertos me vino a la mente José Bergamín, “que murió
siendo un poco comunista”. Y es que hay que morir siendo un poco de algo, que
morir siendo mucho, para toda la eternidad puede acabar cansando.
Busco mi muerto particular
para ganar no sé aún qué premio. Y no le busquen actualidad al tema, que los
muertos siempre lo están. Tampoco le busquen tres pies a la columna, que a
veces hay que separarse un poco de la actualidad para ser más objetivos con lo
que nos rodea.
Guillermo
Garabito
Publicado en ABC. 13 de diciembre de 2014
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