Siempre nos fueron las cosas difíciles, lo raro y probablemente, todo
lo que estaba abocado al fracaso. Pero antes del estrépito final, fuimos
felices en las horas de domingo largas, otoñales, cavilando febrilmente, donde
fue tomando forma de embolado.
Siempre hubo una editorial en espera, libros en el limbo de las obras
agotadas que se quedaron en el cansancio sistemático de sobrevivir a las
décadas; este áureo fulgor moderno con el que muere la celulosa. Quisimos
montar una editorial de caprichos lentos para que los jóvenes leyeran a los
muertos sin paradero en las estanterías comerciales. Dar de nuevo luz a
aquellos que no conocieron las imprentas de este siglo.
Una editorial para reeditar a los malditos y a los olvidados, abrir su
negra tumba y sacarlos del olvido sin saber si es lo que querrían. Dejarnos los
fondos y la vida en publicar poetas primerizos, poemarios palpitantes de versos
virginales. Pero “la poesía no da de comer” repiten otra vez.
Sólo queríamos que aquellos libros que a nosotros nos habían marcado
de uno u otro modo, los leyera todo el mundo en tiradas de tres mil. Que
pasasen recién estrenados a ser mayores por sobados y nuevos lectores, los
encontrasen en librerías de viejo con el sentimiento de estar descubriendo ''no
sé qué restos de qué antigua civilización''.
¡No queríamos ser ricos! ¡Sólo parecer cultos!
Guillermo Garabito
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