domingo, 2 de noviembre de 2014

El corral de los quietos

No es, como dijera un avezado columnista, que a mí los muertos se me den como a nadie, sino más bien que se echa de menos algo de humanidad en los cementerios de hoy día. Hay flores de papelón sobre ajadas lápidas, ausencia de personas vivas a su vera.

Tras la revolución industrial y el encadenamiento de tareas, mandar el muerto al hoyo con presteza para seguir el vivo en eso del vivir, se convirtió en uno de los mecanismos más arraigados en la sociedad. En cambio en los pueblos, no se ha perdido la tradición y ese respeto de como enterrar a los que se van retirando del siglo. No hablo de teñir hasta las enaguas de un luto negrísimo, tal vez una mínima pompa fúnebre, por eso de que morirse es una experiencia única en la vida de cada uno.

Entregado a la nostalgia otoñal digo, que en las ciudades ya no se sabe despedir a los muertos. Sino miren los cadáveres políticos, que siguen caminando porque a los de arriba les faltó valor o quizá ejemplaridad para entregarlos a la justicia. Con cada nuevo día se alarga el denso hedor de los corruptos por la avaricia; muchos siguen paseando por las instituciones del Estado y sus aledaños. Y en el monte rendido y deshecho del Congreso, que es la viva imagen del corral de los quietos, como en las ‘’Leyendas’’ de Bécquer, a este paso solo correrán las ánimas. 

Juegan a resucitar los grandes partidos mientras cavan la fosa, por su pulso ineficaz y lento, de su propio entierro, que según los últimos augurios del CIS oficiarán los de Podemos. El de la coleta, demagogo y famélico, escribiendo el lúgubre epitafio a ‘’la casta’’.

Rato y Blesa –uniéndose más gente por momentos- como muertos en vida, caminan entre marmóreas sepulturas negrísimas, opacas. Una lápida reza: Aquí se corrompen los que dijeron servir al pueblo.

Guillermo Garabito 


Publicado en ABC el 31 de octubre de 2014

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