En España no se lee, decía el quiosquero de Umbral y
el mío no dice porque no le he preguntado con las prisas del domingo. A mí me
da por acordarme de la ecología cuando algunos sueñan con leer y ensayan con
los libros de Belén Esteban, que encabeza la listas de ventas y produce un
cáncer muy adentro, allá en el nervio óptico. Otros, se excusan en la falta de
tiempo.
El mercado editorial está en alza, no de ingresos que
eso remonta despaciosamente, pero sí de iniciativas y nuevas editoriales que
hacen un buen trabajo y poco a poco un hueco de ediciones mimadas. Entonces recuerdo,
yo siempre quise tener una editorial pequeña y desconocida para publicar y
rescatar algunos títulos, o simplemente por parecer culto.
¿Dónde se han perdido Quevedo, Juan Ramón y Valle? A
Zorrilla le trastocan el Tenorio por la cara y Dámaso Alonso, dejó de ejercer
en esto de la poesía por culpa de morirse. ¡Qué reediten a Fernández Flórez,
leches! Pero que reediten sus “Acotaciones de un oyente” –cónicas
parlamentarias–. En el colegio estudiamos fechas y nombres, un cúmulo de generaciones de poetas; nunca nos
dieron a leer sus obras. La poesía incluso a los adolescentes mueve, que “entre
nublado y nublado / hay trozos de cielo añil”.
Y como alguna suerte tenía que tener este oficio de
escribir columnas, me llegan nuevos libros de nuevas editoriales y me veo
obligado a leer porque no me miren, los libros, con desaprobación desde una
torre desordenada, sapientísima y frágil.
En España se lee poco, libros digo que hoy en día todo
es leer. Y cuando una chica en ciento cuarenta caracteres menta a Umbral o cita
versos de Ángel González, uno va y se enamora y ahí queda el amor, que salvar
las distancias virtualmente es igual de complicado que en la vida misma.
Guillermo Garabito.
Publicado en ABC el 23 de enero de 2015
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