miércoles, 1 de abril de 2015

El cielo, siempre el cielo en lontananza



El cielo, siempre el cielo en esta tierra, que se lleva las oraciones y las suplicas cumplido el tiempo. Todos miramos al cielo. Hay un ramo de cofrades en cada iglesia y en cada acera, un niño que mira al cielo porque no llueva. En Semana Santa, el cielo mueve a la fe y las gentes rezan y lo observan como no lo hacen el resto del año.

En esta región, llegado el momento, las espigas sueñan con ser pan blanco –que es el cuerpo de Cristo–. Las nueve provincias se hacen tan sólo una que mira al cielo, y reza y calla porque aquí hay silencios de eternidad ocres que erizan el alma. Silencios  profundísimos de respeto y fervor que brotan del gentío piadoso. Es el silencio particular e inconfundible que florece cuando nievan los almendros. ¡Tal es este, que en Zamora es juramento! En cada ciudad, y en cada pueblo, una alfombra tejida de devoción en estas fechas. La Semana Santa en Castilla y León supone el gran teatro del mundo, toda la majestuosidad del Barroco, el patetismo más atroz nacido de las gubias contritas y fervorosas que dieron vida a la madera, cortada en buena luna, para representar el drama de la Salvación, para mover al pueblo a la fe.  

Domingo de Ramos. Ávila, mística y pétrea, parece ser la celeste Jerusalén de veintiún siglos atrás mientras “La Borriquilla” atraviesa la muralla con Jesús a cuestas entre el gentío en alborozo. Avanzan los días, los hachones y antorchas alumbran la procesión. Se escuchan salmodias en los adentros. En Zamora, el Bombardino tras el Cristo del Amparo.

Contrastan, de unos lares a otros, las peculiaridades procesionales que van con su intrahistoria. Pero Castilla y León entera, ciudades y campos, como un paño blanco de trigales que se crecen en auras de redención, se torna sudario con el que enjugar el rostro quebrantado y roto del Señor camino del Calvario. Porque esta tierra, tierra de campos, de pinares y de montañas, viste roja como un manojo de amapolas nuevas teñidas por la sangre derramada.

Sigue el cortejo y sigue el drama. Camina el Nazareno de Valladolid el Jueves Santo, paso púrpura, en busca de un Cirineo que comparta el peso del madero. Y busca también una Verónica valiente que le salga al paso liviana y blanca. Recorre Jesús todas las calles de la Amargura, todo el tormento lleva bajó la transida mirada de María que es llanto, que es dolor.

El viernes, Viernes Santo atormentado, en la tarde de Medina de Rioseco ha sonado el inenarrable llanto del Pardal. El corro de Santa María se hace templo de multitudes que esperan la salida de los Pasos Grandes. Las manos hechas horquillas… el corazón desbocado al aire de la tarde cuando se escucha al Cadena decir: ¡Arriba!”  Y en ese momento exacto el paso se va al cielo y el Cielo se va a Medina de Rioseco.

Al pie de la cruz, sobre el Gólgota mismo que está en Torozos –en lo alto del páramo áspero y seco como un sayal de penitente–, un Cristo de palo exhausto susurra: “Que lejos Madre la cuna / y tus gozos de Belén”. “Todo se ha consumado” en este día. Preciso instante, momento exacto, en el que a las Dolorosas de Juan de Juni se les clava un puñal más de pena en el alma y la madera de su ser se resquebraja de emoción y de agonía.

Engulle el Viernes Santo con premura la tarde por no ver tanto dolor, por no ver tantos agravios. Solas quedan las soledades y la Madre. El sábado viste un eco de llantos y dolores, un leve pálpito de esperanza, un breve augurio de triunfo que se otea en el horizonte. Se han apagado, una a una, las velas de mi tenebrario en anuncio de la Pasión y Muerte de Jesús. Toda la Redención se ha consumado.


El Domingo nace henchido de resoles de Resurrección. Desde el cielo resoles de alegría. ¡El cielo, siempre el cielo en lontananza! Por esto, en este rincón tan ínclito –en Castilla y León–, vendrán los siglos y lo que haya de venir pero a buen seguro habrá Semana Santa cada primavera.

Guillermo Garabito

Prologo para la Guía de Semana Santa de ABC CyL. 28 de marzo de 2015

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