¡Los habitantes en los
pueblos no existen! Son un invento, cada vez más extendido, del tiempo
electoral porque los pueblos se mueren entre cipreses muy quietos. Eso sospecha
el INE en algunos municipios de CyL, que dicen las malas lenguas “que va camino
de tener más municipios que habitantes”. Avisa el INE de la picaresca en los pueblos
de menos de dos mil habitantes, en los que media persona más te da una
alcaldía. Se abre el mercado de fichajes y habrá quien, llegado el tiempo, se
anuncie como “Juan sin tierra” buscando pueblo donde dejarse querer y de paso regalar
su voto en mayo.
En mi tierra chica el
alcalde, que no ve más allá del terruño que dejó en barbecho cuando le dio por
la política, resulta que no está afiliado al partido ni nada, pero como hay que
presentarse por unas siglas mejor estas que no otras. Y cada cuatro años dice
que se va y ahí sigue, y en el pueblo le votan porque no hay más candidatos. Ya
se sabe que votar es deber sagrado.
El problema de los
pueblos pequeños no es la falta de habitantes, que también, sino esos
alcaldes-faraones que como no saben construir pirámides, ay, erigen mamotretos
de hormigón y de mal gusto a golpe de subvención. Las normas de medioambiente se las desayunan cada
día que se les ocurre un nuevo proyecto para quitar más vegetación al pueblo.
Ya no quedan caciques de los de antes…
Al de mi pueblo, a su
muerte, lo enterrarán en el frontón de cemento y grietas que nos levantó en
medio del pueblo para engullir los atardeceres –así tendrá algún uso tal
despilfarro de dinero–. Los habitantes huyen, para cemento prefieren las
ciudades.
Duele ver la tierra sin
palomares, sin ríos, sin ovejas, ya sin nada. Hoy plantan sombras de hormigón y de mal gusto donde antes hubo
árboles; los árboles que un día sembraron mis abuelos.
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