Desmontar
la Navidad es un acto de penitencia. Es desnudarse uno mismo de adornos para
volver a la rutina. Mirarse al espejo de la realidad nuevamente. Y van despojándose
las calles hasta del olor a castañas asadas que se va con las nieblas de enero
frío. Y llegan las rebajas y podrían los diputados de Podemos comprarse una
corbata y una camisa. Por educación, digo. La nueva política es vestir mal y
renunciar a unos privilegios ya finiquitados antaño.
Decían
dos abuelos el otro día tomando el café, con los nietos danzando en derredor, que
“ya nada es lo que era”. ¡Ay, nostalgia!
Al lado se emborrachaba otro señor con güisqui crudo. Los míos coincidieron en
casa el otro día –mis abuelos paternos y mi abuela materna–. “Y se siguen
tratando de usted” me dijo uno de mis hermanos pequeños sorprendido. Eso
también se ha perdido.
En
esto de desmantelar la Navidad se llevó un vándalo uno de los renos que adornaban
el trenecito de la Plaza Mayor de Valladolid. Se llevó al inerte animal de
juerga. Y volvió a casa con la correspondiente receta.
La
cuesta de enero este año será: menosh
cueshta y menosh enero. O eso dicen en el Gobierno con la mayoría de los gravámenes
a la baja. Ya ni la cuesta de enero es lo que era. Algo tendríamos que salir ganando.
Pero se quejan los peleteros de que ya no les encargan tantos agujeros para el
cinturón. Decía el tío Isaías de mi amigo Mario, “que era como Josep Pla, pero
sin escribir”, que él no se quejaba de que la paga fuese poca, sino de que los
meses eran muy largos. Y ahí no hay lugar para la nostalgia. La paga sigue
siendo poca y los meses anchos.
En
Castilla y León, lector, hay nieblas sin nieves. Hay frío sin Navidad ya.
Guillermo Garabito.
Publicado en ABC CyL el 8 de enero de 2016.
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