Esta temporada vienen las
jubilaciones tardías, como todo. Y nos deja la actualidad la de Cándido Méndez,
sindicalista mítico e intocable, que no es jubilación sino la liberación total
y prometida.
Toxo y Méndez eran ya una pareja
de humoristas en horas bajas. Por eso no les quedó otro remedio que separarse.
En realidad nunca tuvieron gracia, ni siquiera salero en el discurso. Fueron
dos “curritos” metidos a estrellas del rock, acostumbrados a cenar en restaurantes
caros y a tener un séquito de groupis
compuesto de liberados sindicales cuando se echaban a la calle. Pero tampoco gustaban
de echarse mucho a la calle por si refrescaba durante la manifestación. Era
habitual verles compartir cartel y relojería.
Ya ningún teatro acogía sus
giras, ni los espectadores respondían como antaño a su llamada. El sindicalismo
para ellos fue una lucha sin tregua por sus derechos. Los de ellos dos, digo,
nada más.
La imagen de Toxo y Méndez es una
escena en el imaginario popular de mi infancia. Uno alto y uno bajo, uno
barbado y papón y el otro más como Astérix. Su último gran espectáculo juntos
fue durante el primer intento de investidura de Pedro Sánchez. Allí en la
tribuna de invitados sin despegarse cada uno de su móvil. Probablemente se
enviaban mensajes de amor como esos que se mandan cuando se está a punto de finiquitar
una relación de tantos años: Ya sabes, le decía Toxo, que te voy a echar de
menos. Pero llegados a este punto creo que es lo mejor para los dos. Y así se disolvió el dúo, sin más. Y ocurrirá
dentro de unos años, si les aparecen deudas con la Hacienda Pública, como a Ana
Torroja y así sucesivamente, que anunciarán una última vuelta a los escenarios.
Ha llegado para sustituirle un
tal José María Álvarez, asturiano por demás, que escribe el nombre en catalán
–con p– para no pasar por charnego como le ocurre a Rufián –el muchacho que va a chivarse al Congreso y
a rumiar sus penas en directo para toda España–.
Treinta y cinco años viviendo del
sindicato y afirmó Méndez: “Me ha podido sobrar algún año”. O cinco minutos y
dos huelgas de postureo.
Guillermo Garabito.
Publicado en El Día de Valladolid marzo de 2016
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