Están
de moda las panaderías con mesas, café y el té a las cinco y abren cuatro en la
misma calle. “Iba yo a comprar el pan…” y ya hasta Umbral dejaría de ir a
comprarlo para no tener que andar pensando en cuál entrar sin hacer el feo al
panadero de al lado. Es la burbuja de moda, como el independentismo en Cataluña
al que se suma hasta el charnego Rufián porque le va en el sueldo. Más o menos
como las inmobiliarias en su momento, sólo que el pan se come y el ladrillo…
con patatas. Las burbujas son algo cultural en nuestra sociedad. Un modo de
vida. Y si no acuérdense del duque de Lerma cuando el rey Felipe III.
El
Senado es la burbuja mayor. Y el Congreso de los Diputados –que ahora quieren
que sea también de las “diputadas” en un ataque de “pariditis”– tiene algo de
burbuja venida a más; sobredimensionada. Me di cuenta el otro día mientras
seguía el eterno amago de investidura.
No es normal que se tarde más en votar que en leer los discursos de turno.
Aunque por otro lado ese “sí” o “no” es todo lo que justifica el sueldo de muchos
diputados a los que no se les vuelve a escuchar en toda la legislatura.
En
los parlamentos autonómicos viene a ocurrir algo parecido, y en Castilla y León
presenta el PP la propuesta de reducir el número de procuradores. Pero uno se
pregunta qué harán con las butacas que queden vacías. Siempre hacen feo en una
foto y no estamos para construir un hemiciclo nuevo con esto de la crisis.
La
nueva burbuja son los nuevos partidos, disculpen la redundancia. No venían a
por cargos –o eso vendieron al personal– pero bien que pidió Iglesias la
vicepresidencia de no sé qué gobierno progresista y unos y otros colocaron a
los suyos en las diputaciones como asesores mientras intentan echarlas el
cierre. Porque tengan algo, que está la vida difícil.
Guillermo Garabito.
Publicado en ABC CyL el viernes 11 de marzo de 2016.
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