lunes, 28 de marzo de 2016

Estar enfermo

Escribí hace no mucho que estar acatarrado es un arte. Pero lo que en verdad tiene mucho de arte es aguantar a un enfermo. Arte y  caridad cristiana, pero eso ya es otra historia y a las enfermeras la caridad les va en el sueldo.

Ya digo que el arte está en cuidar de un enfermo, no en estarlo. Nunca me gustaron los hospitales. No sé qué tienen que le agrían a uno el carácter aunque no quiera. Yo he sido pocas veces paciente de cama y bata con el culo al aire. Pero recuerdo una vez operado de un par de huesos rotos volver al hospital meses después para quitarme metales de encima con los huesos ya soldados. Cuando me fueron a sacar las agujas con las que habían enhebrado los trozos, valiente el médico me dijo que aquello sin anestesia ni nada; que era “poca cosa”.  Y aún recuerdo el dolor estridente cuando empezó a extraer de la carne una aguja tan larga como el antebrazo y repetía sin parar: “¿Ves como no duele?” Y a mí ante aquella situación no me quedó más remedio que cagarme en sus muertos y a mi padre anestesiarme de un tortazo repentino que, según me confesó después, me cayó por malhablado.

Estos días doy paseos al hospital y vuelvo porque está mi abuela allí ingresada. Y peleona. Mi abuela, que es un roble –aunque un roble ya delicadísimo por la edad–. No tiene nada mucho más preocupante que la edad, que de por sí ya es grave y por desgracia crónico.

Es curioso cómo se pasan y pesan los años. Por las tardes cuando llego, la pobre mujer, me pregunta si seguimos sin gobierno. Y al médico le acaba de decir que tiene 103 años... Aunque es probable que tenga razón y se la terminen pasando veinte años en lo que en Madrid consiguen ponerse de acuerdo para formar un gobierno sin anestesia local.

Guillermo Garabito. 

Publicado en ABC CyL el 18 de marzo de 2016.

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