Escribí hace no mucho
que estar acatarrado es un arte. Pero lo que en verdad tiene mucho de arte es
aguantar a un enfermo. Arte y caridad
cristiana, pero eso ya es otra historia y a las enfermeras la caridad les va en
el sueldo.
Ya digo que el arte
está en cuidar de un enfermo, no en estarlo. Nunca me gustaron los hospitales.
No sé qué tienen que le agrían a uno el carácter aunque no quiera. Yo he sido
pocas veces paciente de cama y bata con el culo al aire. Pero recuerdo una vez
operado de un par de huesos rotos volver al hospital meses después para
quitarme metales de encima con los huesos ya soldados. Cuando me fueron a sacar
las agujas con las que habían enhebrado los trozos, valiente el médico me dijo
que aquello sin anestesia ni nada; que era “poca cosa”. Y aún recuerdo el dolor estridente cuando
empezó a extraer de la carne una aguja tan larga como el antebrazo y repetía
sin parar: “¿Ves como no duele?” Y a mí ante aquella situación no me quedó más
remedio que cagarme en sus muertos y a mi padre anestesiarme de un tortazo
repentino que, según me confesó después, me cayó por malhablado.
Estos días doy paseos
al hospital y vuelvo porque está mi abuela allí ingresada. Y peleona. Mi
abuela, que es un roble –aunque un roble ya delicadísimo por la edad–. No tiene
nada mucho más preocupante que la edad, que de por sí ya es grave y por
desgracia crónico.
Es curioso cómo se
pasan y pesan los años. Por las tardes cuando llego, la pobre mujer, me
pregunta si seguimos sin gobierno. Y al médico le acaba de decir que tiene 103
años... Aunque es probable que tenga razón y se la terminen pasando veinte años
en lo que en Madrid consiguen ponerse de acuerdo para formar un gobierno sin
anestesia local.
Guillermo Garabito.
Publicado en ABC CyL el 18 de marzo de 2016.
No hay comentarios:
Publicar un comentario