Firmaron PSOE y Ciudadanos un
acuerdo que nadie se explica y que menos entienden. Una especie de propuesta de
matrimonio sin que les cuadren siquiera las cuentas y los invitados para la
boda. Y en el acuerdo, que más parecía escena de los Hermanos Marx, en una de
las partes contratantes de no sé bien ya que parte –porque el documento carecía
de interés real por no tener como resultado previsible un gobierno– se
planteaba la supresión de las diputaciones.
Dichosas instituciones en debate
continuo. Las dos Españas de Machado: Unos los que las entienden y otros… los
que no.
Yo, que no peino canas, dudo si
el mismo debate no vendrá de atrás. Quizá hace doscientos años, a su creación, ya
andaban con las mismas discusiones. Y en Castilla y León tendremos algo que
decir con pequeños pueblos por doquier, bajo un cielo infinito, sobre si son
efectivas o no. Las diputaciones me producen sentimientos encontrados. Por
urbanita. Pero cuando llego a La Mudarra me empiezan a despertar el interés y
las encuentro la utilidad y hasta me caerían mejor si llamasen al orden a
alguno de los alcaldes díscolos que parecen querer enterrar el pueblo más que
gobernarlo.
Pero la eficacia no es el
problema. Son eficaces a medias, que es una virtud muy española. Como la
mayoría de las instituciones públicas en realidad.
Decía Jesús Julio Carnero –en
entrevista para este periódico– que tiene un criterio interesante sobre las
diputaciones y su defensa, entre otras cosas por ser presidente de la de la de
Valladolid y el pan hay que ganárselo de alguna manera, que “si acaban con las
diputaciones, acaban con los pueblos”. Ese argumento ya lo veo más prendido con
alfileres. Sería un desatino que vengan a suprimirlas por un antojo y sin
conocimiento, sí. Pero con ellas o sin ellas los pueblos, con sus tapiales en
ruinas y sus espadañas quejumbrosas, se llevan muriendo casi un siglo sin
morirse. Los pueblos desfallecen y resucitan en primavera. Diputaciones aparte.
Guillermo Garabito.
Publicado en ABC el 26 de febrero de 2016.
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