Los cantautores son muy
suyos. De todo hacen un drama para después componer una canción. Son parecidos
a los políticos en campaña, pero con más arte.
Del El Señor Juan escribí hace tiempo que es
cantautor de los buenos, con ingenio y mala leche. Cantautor que parece, entre
canción y canción, vivir de una cátedra literaria; bohemio y suyo. Ahora
publica su primer álbum en solitario, La
cabaña del pinar, que saldrá a la luz en los próximos días. Como aquélla en
la infancia, la que todos tuvimos –yo no, por llevar la contraria al personal,
porque en mi pueblo no hay más que chopos altos y frágiles y encinas a lo lejos–
que viene a rescatar un cúmulo de sensaciones y nostalgias, hoy hechas metáfora
y perdidas en los años. Incluso hay una canción a una chica de Erasmus que me
gustaba a mí y decidió recordármelo metiendo la canción en este disco.
Mi amigo Juan me
llevaba algunas noches a saltarnos la ley seca de esta ciudad, aquella prohibición
mezquina contra la música en garitos pequeños y conciertos de cantautores
anónimos que sólo él conocía. La primera vez que fuimos a uno de esos
conciertos clandestinos, reconozco que me decepcionó el asunto. Entramos en el
bar en cuestión sin ningún requerimiento, sin ninguna contraseña, como quien
entra únicamente a tomarse una copa y allí no pasó nada. No hubo policías, ni
un final abrupto con las guitarras escondidas en cámaras frigoríficas y caras
de inocencia mal disimulada. El concierto discurrió como todos en ese ambiente,
poca gente, siempre la misma. Como primera vez, confieso, me quedé con las
ganas.
Hubo otras noches en
alguna plaza de la ciudad… con una guitarra, sobre un banco, esperando a que alguna
chica nos invitara a una copa, donde él improvisaba conciertos.
La ley seca, la de la
música en bares pequeños con encanto, en acústico, entre cañas y la gente
sentada en el suelo, se terminó, levantó el veto la Junta de Castilla y León. Y
yo me alegro. Pero cuando ahora voy de concierto a algún bar, si hay alguien
fumando a la puerta le digo con el gesto muy serio y de corrido: “No hace falta
ir a París”. Y ante su cara de asombro abro la puerta, miro a ambos lados y me
aseguro de que no me ha seguido nadie.
Mi amigo Juan Herrero
va para catedrático, pero El Señor Juan
con La Cabaña del Pinar es un artista en toda regla. ¡Compren el disco! ¡Escúchenlo!
O no.
Guillermo Garabito
Publicado en El Día de Valladolid el 20 de mayo de 2015
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