miércoles, 20 de mayo de 2015

La cabaña del pinar

Los cantautores son muy suyos. De todo hacen un drama para después componer una canción. Son parecidos a los políticos en campaña, pero con más arte.

Del El Señor Juan escribí hace tiempo que es cantautor de los buenos, con ingenio y mala leche. Cantautor que parece, entre canción y canción, vivir de una cátedra literaria; bohemio y suyo. Ahora publica su primer álbum en solitario, La cabaña del pinar, que saldrá a la luz en los próximos días. Como aquélla en la infancia, la que todos tuvimos –yo no, por llevar la contraria al personal, porque en mi pueblo no hay más que chopos altos y frágiles y encinas a lo lejos– que viene a rescatar un cúmulo de sensaciones y nostalgias, hoy hechas metáfora y perdidas en los años. Incluso hay una canción a una chica de Erasmus que me gustaba a mí y decidió recordármelo metiendo la canción en este disco.

Mi amigo Juan me llevaba algunas noches a saltarnos la ley seca de esta ciudad, aquella prohibición mezquina contra la música en garitos pequeños y conciertos de cantautores anónimos que sólo él conocía. La primera vez que fuimos a uno de esos conciertos clandestinos, reconozco que me decepcionó el asunto. Entramos en el bar en cuestión sin ningún requerimiento, sin ninguna contraseña, como quien entra únicamente a tomarse una copa y allí no pasó nada. No hubo policías, ni un final abrupto con las guitarras escondidas en cámaras frigoríficas y caras de inocencia mal disimulada. El concierto discurrió como todos en ese ambiente, poca gente, siempre la misma. Como primera vez, confieso, me quedé con las ganas.

Hubo otras noches en alguna plaza de la ciudad… con una guitarra, sobre un banco, esperando a que alguna chica nos invitara a una copa, donde él improvisaba conciertos.

La ley seca, la de la música en bares pequeños con encanto, en acústico, entre cañas y la gente sentada en el suelo, se terminó, levantó el veto la Junta de Castilla y León. Y yo me alegro. Pero cuando ahora voy de concierto a algún bar, si hay alguien fumando a la puerta le digo con el gesto muy serio y de corrido: “No hace falta ir a París”. Y ante su cara de asombro abro la puerta, miro a ambos lados y me aseguro de que no me ha seguido nadie.


Mi amigo Juan Herrero va para catedrático, pero El Señor Juan con La Cabaña del Pinar es un artista en toda regla. ¡Compren el disco! ¡Escúchenlo! O no. 

Guillermo Garabito

Publicado en El Día de Valladolid el 20 de mayo de 2015

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