A
Rodrigo Rato, que lo fue todo, le pudo la flaqueza de espíritu, la mano larga.
Ser vicepresidente del Gobierno fue poco para él y en el FMI tampoco sació esas
ansias de más y más que tienen los mediocres.
Decidió jugar a ser banquero que es lo que hacen los hombres con anhelo de
poder del de verdad. Lo de meterse a banquero, también lo sabe Mario Conde, es
un asunto que sólo trae problemas; una tentación de la que pocos salen con la
cabeza alta. El milagro español, aquel milagro de mi infancia, se va con Rato y
hoy quedan los lodos de Bankia y unas preferentes que indignan y que, “Santa
Rita, Rita”, no se devuelven… al menos no del todo.
Nos
quejamos en muchas ocasiones de que el Gobierno no sabe comunicar y en otras
parece que lo tuviesen todo controlado. Sacar a Rato ahora de sus millones y su
letargo moral entre un reguero interminable de medios de comunicación, con
escenificación medida, mano en la nuca y caras de decepción, parece más premeditado
que fortuito. Habrá bufé libre de sobreinformación en estos próximos días sobre
el caso hasta que el público se harte y después caiga en la amnesia colectiva.
Unos casos de corrupción van supliendo a otros y la vida continua. El indulto
del olvido.
Dicen
que lo que más pavor le produce a Rodrigo Rato es quedarse sin prez: sin sus
títulos honoríficos y el estatus social de antes de los escándalos. De la
conciencia no dice nada. Si queda algo de dinero se compra uno una conciencia
nueva, “o se roba, o se alquila… o se pide prestada”.
Por
aquí más cerca tenemos también lo nuestro, que las portadas de Madrid escriben
en titulares de nuestras eólicas. Parece que no eran tan sanas, ni tan
rentables como las pintaron. Las aspas de estos molinos de lo alto de Torozos,
donde espigan hasta los atardeceres, siempre están paradas. No hay Quijotes en
lontananza.
Se
echa de menos, en esta víspera de Villalar, que rueden cabezas –figuradamente,
no se vayan a escandalizar, que uno ya no sabe qué escribir y qué no en esta
sociedad justita de principios y saturada de psicópatas–. Antaño el que la
hacía la pagaba, incluso aunque llevaran razón. Que les pregunten a Padilla,
Bravo, Maldonado y el Obispo Acuña. Hoy, en política, hacerla es no pagar –al
fisco o a quien sea– y acabar saliendo indemne de ello.
Guillermo Garabito.
Publicado en El Día de Valladolid el 22 de abril de 2015
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