domingo, 10 de mayo de 2015

Venancio Blanco entre bronce y papel de servilleta


Venancio Blanco recibe temprano en su estudio de Madrid. Hay sol y el escultor salmantino ha dibujado ya, para desperezar las manos, unos bocetos sobre servilletas de papel en la cafetería de siempre, donde desayuna al lado de su estudio. Dibuja dos, tres o cuatro servilletas cada día, según le mire el camarero. Los últimos días ha empezado con una serie sobre aves. «Hoy he bajado los pájaros al suelo, por cambiar», explica mientras saca las servilletas que lleva cuidadosamente estiradas en el bolso del abrigo.
Llega tarde y tiene la mirada viva, veloz y un paso ágil para sus noventa y dos años. «Perdón por el retraso, pero es que estábamos fundiendo una pieza y yo a las fundiciones les tengo pánico. Comprendo que es difícil llevar a fundir las tonterías que a mí se me ocurren». Al entrar en su estudio queda claro que es aquello un caos estudiado de artista, un santuario donde se funde lo pagano de la tauromaquia y el flamenco con los santos forjados. En el taller llama la atención un yacente de unos dos metros de largo que reposa su mortalidad de madera sin policromar en el suelo. «Se llama Ratitos porque lo va acabando cuando le sobra tiempo y se acuerda», aclara Rosalía. -Rosalía es una de las dos conservadoras que trabajan en la fundación-.
«No me quito el abrigo porque el médico no me deja quedarme frío», se queja el artista. Tanto médico no le impide seguir con una actividad constante y que a muchos les resultaría extenuante. A Salamanca va frecuentemente y en estos meses está visitando la región para inaugurar la muestra «Desayunando con el dibujo», que va rotando por distintas ciudades de Castilla y León. Ahora en Palencia, el 29 de mayo llegará a Valladolid para ir a Soria del 1 al 30 de agosto y después visitar Burgos en octubre. En Salamanca, el Ayuntamiento ha cedido a la Fundación Venancio Blanco la sala Santo Domingo de la Cruz, un espacio donde exponer permanentemente la obra del artista. Paralelamente y como complemento a esta nueva edición de Las Edades del Hombre, en la iglesia de San Juan de Alba de Tormes -restaurada recientemente-, se ha inaugurado este mes la sorprendente muestra «Escultura religiosa. Venancio Blanco». En ella destacan los conjuntos escultóricos de grandes dimensiones del artista en contraposición con las tallas medievales y renacentistas que se puede observar también en la exposición. 
Venacio Blanco es salmantino y la afición por los toros, tan visible en su obra, le viene de la infancia. Cuenta que la infancia influye, que al artista, casi siempre, le marca para su obra futura.
-«Yo por algo tengo tantos años, he vivido aquellos primeros preciosos, he vivido después la ilusión, la lucha, la necesidad. Soy una ‘paella’ de circunstancias».
Su vida es la del personaje sin un duro muchos años, la del artista hasta la entraña por vocación. Se fue de Salamanca porque, según él, «si querías ser escultor no podías estar en tu tierra, había que estar en el sitio donde había que dar la batalla. Y ese lugar era Madrid». Estuvo once años sin volver a Salamanca. También pasó once años sin dinero para poder hacer una escultura; a Venancio nadie le ha regalado nada. «En estos once años estuve haciendo pies de lámpara, columnas dóricas, jónicas… cualquier cosa que se vendiese. De todo menos hacer una escultura». Volvió a la escultura con algunos ahorros y un cúmulo de ganas la tarde que le despidieron de la tienda de la calle Serrano para la que trabajaba. Dice que desde que cumplió los noventa, le tiene pedidos esos once años a Dios para seguir trabajando.
Habla del Ateneo de Madrid, que después presidiría el poeta José Hierro: «Era un gran amigo de los artistas». Ahí fue donde expuso por primera vez una serie de piezas en cemento. «Era un material que me interesaba mucho trabajar. En realidad no tenía dinero para otra cosa, pero gustó mucho».
Después de la Guerra Civil, en 1941, participó en la I Exposición Nacional de Educación y Descanso y fue galardonado con un premio que le permitió viajar a Italia. Observa con sorpresa una foto de aquel viaje, ahora algo amarilla por el tiempo. «¡Qué gentes! ¡Qué ilusión! Aquel viaje duró un mes. Yo era el píccolo de la expedición con dieciocho años y me compré el sombrero en Madrid justo antes del viaje, para ir elegante». A Roma le devolvieron el tiempo y su talento. Todavía hoy corre el rumor de que volvió siendo el mejor fundidor de Madrid.
De su obra escriben los expertos que bien pudiera dividirse en esculturas que copian la naturaleza, esculturas que interpretan la naturaleza y aquellas que inventan la realidad.
-Alguien dijo que tenía usted un aire de Picasso…
-«Yo a Picasso le copio todo sin que se note. Para mí Picasso es el artista que mejor ha dibujado y lo estoy comparando con todo, con Velázquez, con Tizziano. ¡Como Picasso no ha dibujado nadie! Donde hay algo de Picasso hay vida».
De su escultura son objeto de estudio los huecos, esas ausencias de materia que visten en determinados trozos las tallas. Venancio hizo de los huecos en sus obras un estilo. Vender esculturas hoy en día tiene mérito, pero vender en ellas, como firma inconfundible, la ausencia de materia lo tiene más aún. Explica que esos huecos, los que deja en cada escultura de una forma predeterminada y estudiada, responden a un solo objetivo, resaltar las partes más importantes de lo representado. Trabaja estos días en una gran Santa Teresa de escayola. Hay ausencia de materia en el corazón.
El escultor creó una fundación con su nombre en el año 2008 -mala época para iniciativas culturales- «con el objetivo de que la obra de Venancio no se disperse». Actualmente el Ayuntamiento de Salamanca le presta a la fundación un espacio permanente donde exponer la obra que gestionan. En la sala Santo Domingo de la Cruz podemos ver ya continuamente la obra de Venancio Blanco. Allí se suceden las temáticas. Próximamente se podrá contemplar una gran colección de santos y seguidamente toros y toreros, como aquellos de su infancia charra.
Hasta el 31 de octubre circula por la región la exposición «Desayunando con el dibujo», que es una muestra de arte originalísima, porque Venancio, al margen de ser artista, tampoco es un hombre convencional. Son servilletas de papel, de las que rezan ‘Gracias por su visita’ y se usan para limpiarse sin la menor atención, sobre las que el artista esboza cada mañana lo que surja, lo que le nace. «A mí es que coger una servilleta y verla así en blanco, para limpiarte, mancharla, arrugarla y tirarla me parece muy feo. Yo dije no, ¡las servilletas la salvo!».
La pregunta es ineludible, ¿qué es la cultura para él? y pensativo afirma que «no es otra cosa más que saber entender lo que ocurre para satisfacción del espíritu». Responde llanamente, tanta Santa Teresa y San Juan de la Cruz… se le ha pegado el misticismo por inercia.
Con gesto de complicidad deja caer una última frase en la conversación, asegurando que su vida ha sido una sucesión de milagros, «una sucesión que voy descubriendo bastante tiempo después, pero además en todos los órdenes de la vida. He ido teniendo siempre los pontones para pasar el río, si desaparecía uno surgía otro. Y en esto se resume mi vida. Siempre tuve amigos, siempre tuve una ilusión tremenda. Siempre fui rico… nunca tuve nada y no me gustaría morir de otra manera. ¡No querría yo estropearme a estas alturas!». Modestia aparte, su escultura se vende en las galerías de arte más prestigiosas del país y la crisis no le ha hecho bajar su caché.
Habla Venancio de «Ratitos» pero se ha ido la mañana y al yacente parece que le hayan cincelado un gesto de prisa que nada tiene que ver con la muerte. Mientras Venancio y Nuria -la directora de la fundación- resuelven asuntos, Rosalía va colocando todas las servilletas fresquísimas que les ha dado Venancio los últimos días. «¡Son preciosas! El problema es el material y su celulosa, las dificultades para conservarlas en buen estado. ¡Nos mete en unos líos!...»
Guillermo Garabito. 
Publicado en Artes y Letras ABC. Abril 2015.

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