lunes, 19 de octubre de 2015

A vueltas con el otoño

El desayuno (1874). Claude Monet
Me preguntó hace tiempo una chica, mientras yo intentaba ligar con ella caballerosamente, cual era mi estación del año preferida y me dejó desconcertado. Habría preferido que me preguntase por mis exnovias, qué es una pregunta para la que uno se pasa la vida entrenando. En realidad nunca había pensado que las estaciones fuesen tema de conversación para una cita si ésta no transcurría en un ascensor.  

Los otoños son mejores que los veranos en La Mudarra. Eso me dijo un vecino un día de julio que amaneció nublado y sin pretensiones. En realidad nunca me ha convencido el otoño, es apenas una prolongación lo inevitable. Algo así como un tiempo muerto hasta el invierno donde las casas ni se enfrían ni se calientan; vive uno permanentemente destemplado con los pies fríos y alguna capa de ropa de más. Siempre hay un catarro rondando.

Qué el otoño no me gusta es asunto que confieso sin pudor. Pero salen días luminosos de esos que dan para tomar el aperitivo en el jardín, e incluso para comer y echar la tarde. Y el aspecto del jardín ya es otro. Como una “Belle Époque” a la castellana. Sin nenúfares pero con chopos. El otoño en La Mudarra tiene algo de pintura de Monet los días claros; porque Monet pintaba estanques y nenúfares y señoras con sombrilla en mañanas otoñales porque nunca conoció Castilla.

El otoño en La Mudarra es una escena de diario. Felipe, mi vecino de dos casas más abajo, buscando el sol por las esquinas. Como para asegurarse de que alumbra las horas convenidas cada día, apoyado hasta la hora de comer sobre el muro de mi casa. Y visto con perspectiva parece que la estuviera sujetando él sólo para que no se vuele en una racha de aire más fuerte que otra. Después se va mimetizando con las piedras hasta que le entra el hambre y así todos los días.

Por aquí se nota que se hace invierno cuando el cielo comienza a vencerse poco a poco cada día. Los otoños salen buenos porque el proceso es lento. Ya decía Delibes que si el cielo de Castilla es alto es porque lo habrán levantado los campesinos de tanto mirarlo. Y esa altura que le dan día a día los que trabajan la tierra durante todo el año, permite unos otoños calmados.  

Con las estaciones uno nunca está conforme. Yo las habría configurado de otra manera. El otoño lo habría quitado, le habría dado algún día más al verano –pero a julio; agosto nunca me entusiasmó en exceso– y la primavera… ¡ay la primavera! La prolongaría únicamente los años que viene con novia. Esto, por otro lado, es un asunto muy español. No la primavera, ni los amores, sino el decir de algo que uno lo habría hecho de otra manera. Aunque secretamente agradecemos que nos viniesen dadas. A mí me ocurriría con los meses lo mismo que en una primera cita:

-          ¿Qué estación quieres?
-          Me da igual. ¡Elige tú!
-          No, elige tu…

Y al final ni estaciones, ni cita.

El otoño era la época perfecta para leer libros, recluirse en casa y prender la chimenea. Pero nadie explica que la chimenea hay que alimentarla para que siga ardiendo y que tira demasiado rápido. No lee uno dos páginas seguidas y ya  está chisporroteando el fuego necesitado de otro tronco. También llegaron los móviles y la cobertura a los pueblos y fastidiaron el invento.

“¿Y qué estación prefieres? Si no te aclaras” Te diría que prefiero el invierno. El problema es que ya no nieva. De esas nevadas que cuajan y se hunden los tobillos al caminar. De las que acaba uno hasta las narices pasado lo romántico de la escena, que son los cuatro primeros copos.  En invierno los días claros, decía Corral Castanedo, que podían verse los Picos de Europa desde aquí arriba, por donde va a morir la paramera en Coruñeses.

“¿Pero alguna estación te gustará?, decídete.” Me gustan los días sueltos. Lo de etiquetarlos por estaciones es una cursilería cada vez menos eficiente. Con el calentamiento global va a acabar uno sin saber si se levanta en enero o a mediados de julio.

“¡Menudo optimista estás hecho!”, me dijo ella. "Cuando te aclares llámame".  

Guillermo Garabito. 

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