Salir
de fiesta un lunes en Valladolid es un oxímoron. Se quejaban la semana pasada
dos chicas mejicanas de que en esta ciudad era complicado hasta comer por ahí
un lunes. Contaban que a las tres y media les miraban con cara de expectación a
ver cuándo pedían de una vez la cuenta, “pendejo”. Tuve que explicarles que
aquí practicamos ese deporte nacional que es la siesta. Y en algunos negocios
con rigurosa puntualidad. Si llegan a pedir más tarde el postre ya no habría
estado abierta la cocina y de haber propuesto cocinarlo ellas mismas se habrían
encontrado al cocinero durmiendo sobre los fogones.
Echando
la siesta es donde se debió quedar Iglesias el 12 de octubre mientras concurría
el desfile de la Fiesta Nacional. Una siesta mañanera por la que justificó su
ausencia días antes en previsión de que aquello le iba a resultar “un poquito
tostón”. Él, que aspira a ser presidente
del Gobierno. Quizá su única medida sensata en materia económica sea la de
implementar la siesta para estimular el rendimiento laboral… y yo todavía no la
he visto en el programa. El programa de Podemos lo escriben las encuestas: ahora
hay que retomar la idea de la auditoría de la deuda, ahora tenemos que decir
que somos muy de centro y mañana vaya usted a saber.
La
siesta viene del latín sexta, que eran las horas entre las doce y las tres del
mediodía y es en Italia de donde primero se tiene constancia de esta. Pero los
españoles criamos la fama y yo lo explico para que no crea el lector que titulo
haciendo la gracia. ¡Mon Dieu!
Me
acuerdo de mi abuelo cuando, de niño yo, íbamos de viaje en coche, él de
copiloto. La cabeza apoyada sobre sus manos grandes y cruzadas que envolvían la
empuñadura del bastón donde descansaba el peso. Yo desde el asiento trasero me
asombraba de tanta piedad, todo el camino orando. En realidad rezaba hacía
dentro; lo descubrí cuando un día, al pasar un bache, se le escapó un ronquido.
Otras veces en casa, después de comer, se levantaba y decía aquello de “me vais
a disculpar pero necesito ponerme horizontal”, que era una manera muy suya de
decir que recogiéramos la mesa que él se iba a dormir. Privilegios de la edad,
supongo.
Yo
no suelo dormir la siesta, ¡ay! Mucho menos los días de desfile. Y es que mis siestas
son trifásicas, de pijama, padre nuestro y orinal que decía Cela.
Guillermo Garabito.
Publicado en El Día de Valladolid el 14 de octubre de 2015.
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