Siempre
quise tener una vaca lechera. No por la comodidad de no ir al supermercado y
volver cargado como si yo fuese una mula, sino por ser autosuficiente en caso
de guerra. El lunes salía adelante la Plataforma
de Competitividad Productiva del Vacuno “para defender la estabilidad del
sector lácteo” en la región. Y como uno nunca se entera de las ayudas y las
subvenciones hasta vencido el plazo –ni que lo hicieran a posta– me he puesto a mirar no fuesen a subvencionar la
compra de una vaca, aunque fuese de segunda mano.
También lo estarán mirando los ganaderos lácteos,
que son a los que ordeñan en verdad habitualmente en esto de los precios. CyL
es una región de problemas ajedrezados, con lo blanco de la leche y lo negro
del carbón.
De
niño tras volver de una visita a la granja escuela traumaticé a una amiga que
iba a ir la semana siguiente. Les iban a enseñar cómo se ordeña una vaca y como
yo tenía reciente el tema le dije que no se la ocurriera, que aquello parecía
pis. Imagínense el revuelo. Ni ordeñó ella, ni el resto de la clase.
El
verano pasado me encontré en la parte final de mi casa en La Mudarra tres
gallinas fugadas del corral del vecino que se habían venido aquí a poner los
huevos. Se las llevé hasta en dos ocasiones como quien lleva a un niño agarrado
por la oreja y le pedí que hiciese el favor de poner una reja más alta para que
no se le escaparan. “Pero qué te molestan a ti…” me decía irritado. “Al que
seguro que no le molestan es a usted. ¡Se pasan el día en mi jardín!”, resolví.
Como no hizo caso, y las gallinas seguían migrando a mi lado, acabé preparando
un corral donde tenerlas y me surtieran de huevos frescos a diario.
Ahora
sólo espero que el verano próximo tenga una vaca. A ser posible que vuele.
Guillermo Garabito.
Publicado en ABC CyL el 20 de noviembre de 2015.
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