martes, 3 de noviembre de 2015

Esto se acaba

En estas fechas le da a uno por pensar en los muertos. “Tan mal no estarán cuando no ha vuelto ninguno” dice mi amigo Mario cada vez que le saco el tema. Pero pienso en los cementerios y en su soledad monótona. 

A diferencia de Pereira, el periodista de Tabucchi, a mí no me ronda la muerte a diario por la cabeza. Pero llegado el tiempo se acuerda uno de sus muertos  y yo de mi abuelo, y le echo de menos. Mi abuelo, desde que me alcanza la memoria, se pasó la vida muriéndose: “¡Esto se acaba, esto se acaba!” me decía incluso antes de saludar. Y con esa coletilla, de la que se reía cuando le imitábamos los nietos, estuvo veinte años; profetizando una verdad universal que terminó por cumplirse.

A los cementerios ya no va nadie. Y cuando se va se hace como obligado.

El de La Mudarra es un rincón recoleto en las lindes últimas del pueblo, escoltado por unos cuantos cipreses muy quietos, vestidos de luto, donde hace dos años se obró el milagro. Un vecino que paseaba por allí cerca, de noche, corrió despavorido hasta el cuartelillo de la Guardia Civil para avisar que, en el cementerio, a los muertos les había dado por resucitar. Así, sin solicitud administrativa previa en el registro, ni tasas, ni nada. Y me imagino la risa del oficial mientras redactaba el atestado  y el canguelo frío de después cuando le tocó emprender camino al camposanto para hacer las comprobaciones del prodigio. Al final resultó ser una banda de ladrones de cobre que escondían la herramienta allí durante el día y actuaban con nocturnidad. Y se los llevaron detenidos y los muertos otra vez se quedaron solos y sin milagro.

Al pasar por un cementerio, candado como si de allí fuera a escaparse alguien, no puedo evitar pensar lo mismo que Bécquer. ¡Qué solos se quedan los muertos!

Guillermo Garabito. 

Publicado en ABC CyL el 30 de octubre de 2015.

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