Pareja de burros a la entrada de Astorga. G.G. |
Tercera etapa: León - El Acebo de San Miguel.
De León salimos con lo
puesto después de desayunar por el precio de la caridad en el albergue. Estaba
el cielo mudando cuando recorríamos sus calles buscando la salida. Las grandes
ciudades tiene algo de uno mismo que se dejó allí no se sabe exactamente cuándo
y lo nota al enfilar una calle pintoresca o se planta ante la catedral.
Por la mañana hicimos
cincuenta kilómetros sin demasiadas prisas. En Astorga, nada más entrar
encontramos unos cuantos burros sueltos, a sus asuntos, en un erial; con las
orejas largas y de un marrón de terciopelo grueso. Le propuse a Jorge cambiar
las bicis por dos pollinos y hacer un viaje literario como los de Cela en Rute,
apadrinando burros con Raúl del Pozo. O quizá como Don Quijote y Sancho Panza,
pero no nos ponemos de acuerdo en los papeles (no hay ínsula que repartir en
esta aventura) y en verdad los burros no nos hacen demasiado caso, siguen
pastando. Tiene Astorga una subida empinada como un ciprés enhiesto hasta
el casco histórico. Revisamos presupuesto y estábamos pelados para un cocido
maragato. El dinero, siempre el dinero... Al final comimos al sol –como los guiris
que también van a Santiago–, en la Plaza Mayor sentados en el suelo.
A la salida, por la
tarde, nos la lió un camarero. Se nos había olvidado sellar las credenciales
que es una de esas cosas indispensables para dormir por la noche. Al menos dos
sellos cada día para poder entrar en el albergue de peregrinos. Y al pasar
junto a un bar donde había otros dos chicos en bici paramos a sellar. Hablando,
puesto que pensábamos ir a parar en el mismo pueblo para dormir, decidimos ir
juntos. "Yo no pararía en Foncebadón" dijo el camarero que estaba
gordo y camino de los cincuenta. "Tiraría hasta El Acebo. Cae 2 kilómetros
mas allá, pasando la Cruz de Ferro. ¡Las vistas son lo más bonito del
mundo!" Preguntamos por cómo era el terreno hasta allí y dijo que
"sin problema", que "un poco de subida en Foncebadón" pero
después iríamos veloces y acabaríamos temprano. Así emprendimos la etapa de la
tarde con Carlos y Pepe.
Pasó la tarde y
comenzó a inclinarse el ánimo y el terreno. A eso de las seis y medía nos
plantamos en lo que es un puerto en toda regla. Y me acordé del camarero y de
su "se hace sin problema..." y hasta de su madre. Tiramos para arriba
porque la cabra siempre tira al monte y hasta que no coronamos el monte no
paramos. Ya en la cima, tras de hora y media pedaleando y las piernas ausentes,
topamos con la Cruz de Fierro nada más y nada menos. El punto más alto del
Camino Francés. Habíamos ascendido hasta los 1500 metros y allí en un pedestal
de piedras y objetos memoriales se levantaba la cruz más famosa de todo el
Camino. A la que los peregrinos suben para dejar fotografías y mensajes e
incluso las botas, no sé bien con qué propósito.
Una vez ya duchado,
que es la verdadera resurrección del hombre en estas circunstancias, mientras
escribo pienso en que hemos ido camino del Calvario hasta dar con la cruz misma
en lo más alto. Allí podrían haber clavado un día un Cristo diminuto, con
escalera larguísima para llegar hasta el crucero, que está en la cima
Bajada desde la Cruz de Fierro. G.G. |
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