jueves, 17 de septiembre de 2015

Santiago a la vista


Sábado 12 de septiembre.
Sexta etapa: Portomarín - Santiago de Compostela. 

Llevamos casi una semana persiguiendo la meta y hoy la tenemos por fin a la distancia propicia para acometer la última etapa. En ducharnos tardamos nada y al salir a la calle para ver cómo hace, resulta que está orvallando. El bendito “orballo” gallego que empapa hasta los pensamientos. Hemos preguntado al dueño del albergue. “Nada. Para Santiago os quedan apenas ochenta kilómetros”. Google Maps difiere. Son casi ciento diez. Yo pondría a todos los que dan indicaciones a hacer el Camino al menos una vez en la vida.

Portomarín está en lo hondo de un valle y para salir de allí no queda otra que subir rasgando las tripas de las laderas. Es fuerte el desnivel para hacerlo con el estómago adormecido y las piernas somnolientas. Hay atasco en el Camino. ¡Y nosotros pensábamos que salir a las siete es madrugar! Hace un día de perros; pero de perros mojados. Al despuntar el día pensé que, húmedo, el paisaje tenía un color azul ceniza y efectivamente era así. Más allá de Palas del Rei encontramos a los bomberos afanados en extinguir un incendio del que aún coleteaban llamas vivas entre los matorrales.

A seis kilómetros de Melide hemos tenido la primera avería gorda del viaje. Jorge no consigue que los pedales transmitan movimiento a la rueda trasera y lo primero que se nos viene a la cabeza son los demonios del de la tienda donde llevamos a revisar las bicicletas en Valladolid antes del viaje. En verdad venimos acordándonos de él todo el Camino porque las bicis iban tirantes. Nos pegó una “sablada” interesante. “Nada, tranquilo. Lo que te suena son los piñones… ¡Hay que cambiarlos!”. La factura ya fue otra cosa. Creo que voy a necesitar la Indulgencia Plenaria de la peregrinación cuando vuelva a Valladolid.

Cómo la experiencia me dice que estas cosas pasan, lo de tener averías que no se pueden reparar sobre la marcha, le dije a Jorge antes de partir que guardara una cuerda gruesa en la mochila. La atamos desde el sillín de mi bici al manillar de la suya.

-   Vete tocando el freno de vez en cuando. Qué vaya siempre tensa porque como se nos cuele entre las ruedas nos la pegamos.

Y así, uno tirando y el otro contemplando el paisaje a remolque, nos vamos turnando en la bicicleta de arrastre en busca de Melide, con la esperanza de que haya taller de bicicletas.  ¿Qué pensarán los otros peregrinos al ver la escena? Alguno hasta nos hace fotos.

En Melide hacemos “pit stop”. Le contamos la historia al de la tienda y nos dice que no hay más remedio que cambiar la rueda entera, que se ha roto el eje. “Si el que os la miró entendiera algo de bicicletas lo hubiese sabido rápido”. Cada vez me hace más falta esa Indulgencia.

- Deja que lo arregle, Jorge. Después si es muy caro ya veremos cómo hacemos lo del dinero. Si no tenemos pues se queda uno de los dos en prenda, pero hoy llegamos a Santiago, sí o sí.

Y recuperamos algo del buen humor que la falta de sol y Luisito el de las bicicletas nos han quitado. Comemos un bocata de jamón serrano y queso en pan de Ousá, que es húmedo y de color oscuro, mientras nos arreglan la rueda. En total hemos perdido dos horas. A eso de las tres de la tarde pasamos Arzúa y todo comienza a ser más fácil. Ahora Jorge rueda ligero y cómodo como no lo ha hecho en todo el Camino. Después Pedrouzo y ya el Monte do Gozo. Al ver la subida no entendemos de dónde le viene el nombre, pero Santiago está justo al otro lado y subimos con el último aliento en un acto de fe.

Santiago de Compostela. Al fin Santiago. Hay sol y ya no llueve. La señal que anuncia el inicio de la ciudad está desbordada de pegatinas de peregrinos pasados que apenas dejan ver las letras. Entramos por la parte nueva y hay que llegar hasta el fondo para encontrar el casco histórico. Son costanillas escuetas. Las hay más largas pero todas de piedra y de un tono dorado y húmedo. Vamos preguntando para llegar hasta la Plaza del Obradoiro. La Catedral de Santiago ante nosotros. Está tuerta. Tiene cercada una de sus torres de andamios y red azul.

Nos hemos abrazado al llegar aquí. Con las bicicletas y las mochilas en tierra he ido a comprar unas cervezas y escribo esta crónica mientras, sentados en el suelo de la plaza, pasan estudiantes, llegan peregrinos y Santiago es el centro de todo.

Guillermo Garabito

Publicado en ABC CyL el domingo 13 de septiembre de 2015


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