Creo que estoy
incubando un síndrome de Diógenes literario. Desde hace una semana me dedico a
guardar todos los documentos que escribo. No sólo artículos y relatos. Sino hasta
las listas de la compra incluso. Y los retazos de los papeles donde apunto
números de teléfono y pensamientos a vuelapluma. Antes tiraba todos los
borradores de los artículos. Y las cartas de los que no eran muy amigos. Hoy me
ha dado por conservar, inclusive, las facturas que llegan a mi nombre.
Esto me ocurre al
enterarme de que la Fundación Miguel Delibes presentaba el miércoles el archivo
digitalizado del escritor. 14000 documentos. Ahí es nada. Correspondencia,
fotografías y papeles varios en los que se puede seguir, a pie de página, las
andanzas y desventuras del autor. Toda una vida archivada. Porque un archivo es
la intrahistoria de uno mismo. Y verlo publicado mejor cuando uno ya no está y
el pudor queda de lado. Pero los documentos quedan ahí. Y lo agradecerán sobre
todo los investigadores que indagan en
la vida y obra de nuestro célebre vecino.
El de Delibes es un
tesoro. Una tarea que ha llevado al equipo dirigido por Javier Ortega más de tres
años. En el se recorre la intrahistoria de buena parte de la literatura y el
periodismo de la última mitad del siglo veinte.
“Yo soy como los árboles,
crezco donde me plantan” escribió don Miguel. Suerte la nuestra de que le
plantaran en Valladolid. Cerca del Campo Grande.
Dejó la novela con los
albores del nuevo siglo. Colgó la pluma tras dedicar El Hereje, como escribió:
“A Valladolid, mi ciudad”. Porque él mismo reconocía que la salud ya no le
acompañaba. Y que para escribir hacía falta estar en plenas facultades.
Yo entre tanto sigo
acumulando artículos. Y certificados de correos que no voy a recoger para que no
me quiten el papel. Y todo lo voy amontando convencido de que al fondo… siempre
hay sitio.
Guillermo Garabito.
Texto sobre Delibes en Onda Cero. Mayo de 2016.
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